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David Bolles
 

Combined Dictionary-Concordance of the Yucatecan Mayan Language

LIBRO QUINTO

DE LA HISTORIA DE YUCATAN.

CAPITULO PRIMERO.

Viene el adelantado á Yucatan,

y los religiosos que fundaron esta provincia.

Materia se me ofrece ya de no pequeño cuidado, y que solicita temores á la pluma, que se ha de ocupar en escribir la fundacion de esta santa provincia de San José de Yucatan, y de sus primeros varones apostólicos, porque la voz comun de todos los estados de esta tierra, es llamarlos santos á boca llena, como suele decirse y sus ejercicios lo manifestaron. Pero como tales dejaron unos tan poco escrito de otros, que será ocasion de muchas omisiones en este, sin defecto de mi atencion, que solo mira á dejar memoria de cosas, que con toda verdad pueden asegurase en esta materia, de donde se podrá colegir lo mucho que trabajaron en la predicacion de el santo Evangelio, y enseñanza de estos naturales, y con la perfeccion de vida, y observancia regular que vivieron: confirmando con ella la verdad de lo que predicaban y enseñaban.

Habiendo ya por es (como antecedentemente se ha vista) sujetado con las armas los rebeldes ánimos de estos naturales D. Francisco de Montejo, hijo del Adelantado, con los demas conquistadores, y fundado la villa de Campeche, ciudad de Mérida, y villas de Valladolid, y Salamanca de Bakhalál, de quienes se ha dada razon en el libro antecedente, en aquel tiempo intermedio, que se fundaron habia gobernado el Adelantado la ciudad real de Chiapa de españoles, y la provincia de Honduras por órden del rey, donde tambien los conquistadores de Yucatan le ayudaron á pacificar parte de aquella tierra y poblarla, como se dice en la ejecutoria de el Adelantado, y he leido en muchas probanzas de sus capitanes y soldados. Ordenó el rey la real audiencia de los Confines, con que allí cesó el gobierno del Adelantado, y para venirse á este de Yucatan, que por la capitulacion tenia por toda su vida; llegó á la ciudad de Chiapa de españoles año de mil y quinientos y cuarenta y seis.

Fué esto á tiempo, que ya hablan llegado á la Nueva-España los ciento y cincuenta religiosos, que el emperador Cárlos Quinto nuestro rey y señor habia dada al venerable padre Fr. Jacobo de Testera, primer predicador apostólico de esta tierra para la predicacion del santo evangelio en estos reinos. <330> De aquellos religiosos destinó doce á Guatemala (lo cual es mas cierto, que veinte y cuatro, como dice el padre Lizana) y por su comisario el venerable padre Fr. Toribio de Motolinia, uno de los doce, compañeros del santo padre Fr. Martin de Valencia, con órden, que enviase algunos de ellos á Yucatan. Llegados á Guatemala, y dado principio á su apostólico ejercicio, escribió el venerable padre comisario al Adelantado (que supo se estaba aun en Chiapa) el órden que tenia de su comisario general Fr. Jacobo de Testera para enviar religiosos á Yucatan y que asi le daba noticia, para que constándole, cuando llegasen los recibiese debajo de su proteccion, ayudándoles con el favor, que tan santa obra requeria.

Recibió el Adelantado esta carta, y respondió á ella significando el gozo que con tan buena nueva habia tenido, con que aseguraba del todo la quietud de Yucatan, y que viniesen muy en buena hora, que él estaba ya de partida, con que si llegaban á tiempo los traeria con todo cuidado, y regalo posible. El Adelantado se vino á Yucatan, para donde fueron asignados los padres Fr. Luis de Villalpando, con título de comisario, Fr. Juan de Albalate, Fr. Angel Maldonado, Fr. Lorenzo de Bienvenida y Fr. Melchor de Benavente, sacerdotes, y Fr. Juan de Herrera, lego. Determinose, que el padre Fr. Lorenzo de Bienvenida entrase en esta tierra por la parte oriental de ella, y asi fué de Guatemala al golfo dulce, por donde se sale á la mar, para venir á Bakhalál, y como quien salia solo, se despachó con toda brevedad. Los otros compañeros tardaron algo mas en salir de Guatemala, y asi cuando llegaron á Chiapa, ya habia un mes, que el Adelantado habia salido para esta tierra. Como no le hallaron allí, partieron con brevedad en prosecucion de su viaje, padeciendo grandes trabajos, y cansancios por ser aquella tierra asperísima, grandes cuestas, y pantanosas, que aun andadas en buenas mulas, es penosísimo viaje, y lo restante en bajando á Tabasco, á los rios por el pueblo, que llaman el Palenque, lo que mas es cenagoso con atolladeros á cada paso, tierra caliente, mosquitos sin número de dia y de noche: incomodidades, que dan bien á entender lo que padecerian viniendo á pie y descalzos tan largo viaje, como trescientas leguas de estas calidades, que hay desde Guatemala á estas provincias.

Fué Dios nuestro Señor servido, que llegasen con salud al puerto, y villa de San Francisco de Campeche, donde ya estaba el Adelantado, su hijo y la nobleza de los conquistadores, que habian ido á recibirle, como á su gobernador propietario. Los religiosos fueron recibidos con mucha alegria de todos, y en especial del Adelantado, que era muy devoto de nuestro santo hábito, y los hospedó en la misma casa, donde estaba aposentado, para poderlos comunicar con mas comodidad, y de terminar el modo que se habia de tener en la conversion de estos indios, El padre Lizana en su Devocionario de <331> la Madre de Dios de Izamal, tratando de la llegada de estos religiosos, dice : "Que el Adelantado quiso, que aquel la villa se intitulase San Francisco de Campeche, por ser devotísimo del santo, y decir, que pues él habia llegado á salvamento de su conquista, y puesto principios á ella, que con el ayuda de Dios y su Santisima Madre y glorioso San Francisco, esperaba tendria buen suceso toda la conquista, y mas con tan buenos sacerdotes, hijos de el glorioso padre San Francisco." No debió de tener este escritor los instrumentos de papeles necesarios para la verificacion de el tiempo de la conquista, y fundacion de las poblaciones de españoles, que en esta tierra se hicieron, pues como queda dicho y comprobado con los testimonios auténticos referidos; la conquista, en cuanto á la sujecion corporal de los indios, cuando volvió el Adelantado, y vinieron estos religiosos este año de cuarenta y seis, ya estaba conclusa, y la ciudad y villas pobladas, pues la última, que fué la de Salamanca se fundó el año de cuarenta y cuatro.

Como el Adelantado era tan devoto de la religion, y tenia por ejemplar la accion digna de eterna memoria de D. Fernando Cortés, (cuando recibió á nuestros religiosos en Méjico, hincando la rodilla en tierra delante de aquella innumerable multitud de indios, á quien habia sujetado y de quien estaba tan reverenciado y temido, como se sabe) llamó á los señores y principales de el territorio de Campeche. Presentes yá, les dijo, como aquellos padres sacerdotes, que allí estaban, eran los que les habian de enseñar los misterios de la santa Fé que profesamos, y que habian de ser los padres de sus almas, cuya doctrina debian asentar en sus corazones con toda firmeza. Que para este fin eran enviados desde Castilla por el emperador nuestro rey y señor, y que en su nombre se los daba por tales, que les tuviesen todo respeto, y obedeciesen en lo que les mandasen, como si él mismo se lo ordenase. Que les edificasen iglesia y convento, donde habian de acudir para ser instruidos de lo que debian saber. Ocasion fué esta plática, y veneracion pública, que el Adelantado mostró tener á los religiosos, para que los indios concibiesen el respeto, que les debian tener, viéndolos tan estimados de su Adelantado, y de mucha importancia para el ministerio á que se ofrecian. Ya por nuestros pecados les dan algunos tantos motivos para que no tengan el respeto debido á sus ministros, qué me parece, puedo decir sin nota de temeridad, que parte del desaprovechamiento, que en los indios vemos (pues é las obligaciones de cristianos venian los mas como forzados) se ocasiona por ellos. A Dios dará la cuenta quien tuviere la culpa, y allí se verá la justificacion de algunos pretestos con que se colorean las intenciones, y la retribucion de ambas ejecuciones.

Considerando el padre Fr. Luis de Villalpando el número tan crecido de almas infieles, y cuan pocos eran los ministros <332> para su conversion, trató con el Adelantado, como era necesario escribir á España, dando noticia al emperador, para que manifestada la necesidad, se socorriese, como convenia. Pareció bien al Adelantado, y asi el padre comisario nombró por procurador al padre Fr. Juan de Albalate (y no Fr. Nicolás, como dice el padre Lizana) y entregados todos los despachos, asi del padre comisario, como del Adelantado, éste antes de salir de Campeche le avió con toda diligencia. Poco despues hubo de salir de allí el Adelantado para la ciudad de Mérida, cabecera de esta gobernacion, por la alteracion y levantamiento de los indios orientales de esta tierra (cuyo suceso se dice en el capítulo siguiente) y el padre comisario Fr. Luis de Villalpando se quedó en Campeche para fundar el convento en el sitio, que con gusto del Adelantado quedó asignado, que es donde ha estado hasta ahora, y le fabricó, dándole título de San Francisco. Allí dice el padre Lizana, que manifesto el padre Villalpando; como venia nombrado por el muy R. padre comisario general Fr. Jacobo de Testera, custodio de Yucatan, y que esta provincia quedaba asignada custodia de la de Méjico. No parece haber esto sucedido entónces, porque luego al primero capítulo custodial, le elegieron custodio, y tambien porque el padre Torquemada sumando los viages del padre Fr. Lorenzo de Bienvenida, y fundacion de esta provincia, dice: "No teniendo mas de dos monasterios, uno en la ciudad de Mérida, y otro en Campeche, cerca de los años de mil y quinientos y cincuenta, alcanzó del padre Fr. Francisco de Bustamante, que á la sazon era comisario general de todas las indias, que aquellas dos casas por estar tan remotas, se hiciesen custodia por si, y fuese sujeta á esta provincia de Méjico, &c." Por esto juzgo vino solamente con título de comisario.

Luego comenzaron él y sus compañeros á tratar de la conversion de los indios, valiéndose miéntras sabian su idioma, de intérprete para enseñarlos y catequizarlos, en que parece obró la Magestad Divina una cosa milagrosa. El padre comisario puso sumo cuidado en aprender de memoria muchas voces, y sus significados, consideró las variaciones de los nombres y verbos; halló á estos su forma de conjugacion al modo de la que tenemos en la latinidad, y á aquellos sus declinaciones, con que en brevísimo tiempo redujo el idioma de estos indios á reglas ciertísimas, y ordenó arte para aprenderle, hablando con gran propiedad, y facilitando su inteligencia con él á los otros compañeros, á quien se le enseñó, y se halló apto para predicar el mismo á los indios, traduciéndoles en su idioma las oraciones cristianas. Fué gran motivo esto para su conversion, porque se persuadieron ser cosa mas que humana, que en tan corto tiempo hablase lengua tan estraña con tanta perfeccion, que podia ya ser maestro suyo, declarándoles sus frases mas dificiles, y consumó su admiracion, cuando le vieron por escrito <333> declarar tan facilmente, cuanto era necesario, porque esto solo lo sabian sus sacerdotes y reyezuelos. Con esto se dispusieron á recibir la santa doctrina que les enseñaba, y el primero que recibió el bautismo fué el señor del territorio de Campeche. A este catequizó el padre comisario, y bautizó el padre Bienvenida (habiendo llegado como se dice despues) llamose D. Diego Na, supo muy bien la lengua castellana, y fué intérprete, ayudando en la conversion de los indios mucho á los religiosos, que le hallaron tan hábil, que le enseñaron la latinidad. Envidioso sin duda el enemigo del linage humano de verse yá despojar del principado, que en estas almas tantos siglos habia poseido; incitó los ánimos de los Kupúles (Cupul) y de las de Bakhalal (Bak Halal) contra los españoles, de suerte, que se puso en contingencia de perderse todo lo trabajado, y costó reducirlos á sujecion lo que se dice en los capítulos siguientes.

 

CAPITULO II.

Revélanse los indios orientales á tres años pacificados,

y las crueldades usadas con los españoles.

Ya parecia á los conquistadores de Yucatan, que pacificada la tierra, y domados los naturales de ella, gozaban el fruto de sus trabajos, y aunque no habia minas, ni las riquezas que en otras; estaban alegres con el repartimiento que de los indios se les habia hecho, encomendándoselos, segun la licencia de la capitulacion hecha para la conquista. Como los indios no habian dado la obediencia al rey con gusto voluntario, sino obligados con violencia de las armas españolas, continua guerra que les hacian, y verlas ya avecindadas en su tierra con ánimo de perseverar en ella; maquinaron sacudir el yugo tan pesado á su parecer, que sobre sí tenian de los españoles, sin ponérseles por delante, que estaba ya poblada la ciudad y tres villas, que hoy permanecen. Como habian esperimentado tan á costa suya el valor de los castellanos, y fiereza de sus armas, valiéronse de los mejores medios que les pareció, convocándose en secreto, y haciendo liga para unir las mayores fuerzas, que pudiesen juntar, previniéndose de todas armas ofensivas y defensivas. Movieron esta conjuracion los indios, que viven en estas provincias hacia el oriente, á quien llaman Ahkupúles (Ah Cupul), y son los que tan valerosos se mostraron al principio de la conquista, como queda escrito en el segundo libro. A estos siguieron los de Zotuta, Yaxcabá y todas aquellas comarcas, que fueron los que degollaron á los embajadores de Tutul Xiu, cuando los envió á decir, diesen la obediencia á los españoles, como él lo habia hecho. No se atrevieron á acometer é los que estaban juntos en la villa de Valladolid, en cuya jurisdiccion estaban, teniendo por mejor aguardar <334> que saliesen á ver los pueblos de sus encomiendas, para matarlos asi separados, y despues á los restantes, que estuviesen en la villa. Era tal el aborrecimiento, que los indios tenian á los españoles, y tal la resolucion con que intentaron este alzamiento, que presumiendo los acabarian, para que no les quedase cosa, que fuese recuerdo de Castilla, mataron cuantos animales tenian de ella, como perros y gatos, y hasta las gallinas que ya criaban.

Tuvieron oculta su mala intencion, hasta que á nueve de Noviembre de mil y quinientos y cuarenta y seis años, descargó en aquel mismo dia la tempestad en diversas partes, segun lo tenian determinado, para mejor salir con su intento. Los primeros á quien cogió aquella avenida de males, fueron dos hermanos españoles, llamados Juan Cansino y Diego Cansino, hijos legítimos de Diego Cansino, que habia sido conquistador de la Nueva España y de Magdalena de Cabrera. Estaban los dos en el pueblo de Chemáx, bien descuidados de que maquinasen novedad semejante los indios, y de estos los acometió gran número, que como los cogió repentinamente sin armas con que defenderse, facilitó su presto rendimiento. El ódio que á los españoles tenian, se conocerá por la lenta muerte, que á estos dos mancebos (primicias de su venganza) dieron, porque no los mataron luego, que pareciera efecto de cólera, sino que con terribles dolores les dilataron todo aquel dia la muerte, que fué argumento evidente de su malicia. Teniánles prevenidas dos cruces, y poniendo á cada uno en la suya, retirados los indios á tiro de arco, y flecha, disparando poco á poco en los dos crucificados mancebos, siendo blanco de su indignacion, los cubrieron de flechas. Conocian los pacientes, que el principal aborrecimiento de los indios, se originaba de la mudanza de religion y costumbres, que les introducian, habiéndoles negado el culto público de sus ídolos, y les predicaban desde las cruces, permaneciesen en la obediencia que habian dado al rey, y prometido tener á la iglesia. El fruto que cogian, era oir blasfemias en detestacion de lo uno y menosprecios con vituperio de lo otro. Dice Séneca, que la muerte en sí considerada, no es digna de gloria á alabanza. Tolerarla con fortaleza de corazon, espuesto á la atrocidad de la malicia por defensa de la ley y honor de la pátria, merece perpetuas memorias. Con valeroso esfuerzo toleraron la indigna venganza con que eran atormentados, hasta que el sol declinaba al occidente, que ya con la falta de la sangre y intencion de dolores, conocieron, que les faltaban los vitales alientos. En aquella última hora encomendándose con todo afecto á la Reina de los Angeles, y Madre de Dios: cantándole la oracion Salve Regina, dieron sus espíritus al Criador, que piadosamente se puede creer, remuneró con muchos grados de gloria, afectos tan católicos, como los que aquel dia manifestaron entre tan crueles dolores, luego que vieron los <335> indios habian espirado, los quitaron de las cruces, y cortándoles las cabezas, clavadas en estacas, que tenian prevenidas, los capitanes las pusieron al hombro en señal de victoria; haciendo con ellas ostentacion de venganza, y desmembrados los cuerpos, los enviaron á diversos lugares, para que viesen el principio de sus ejecuciones.

Como tenian señalado el dia en que le habian de dar, el mismo en diversos pueblos, acometieron á sus Encomenderos. Hernando de Aguilar (que como se dijo fué uno de los primeros regidores de la fundacion de Mérida) estaba en el de su Encomienda, llamado Cehaké, distante doce leguas de la villa de Valladolid, y la noche de aquel dia le dieron allí la muerte, y cortándole la cabeza, piernas y brazos, las enviaron los indios á los de otros pueblos confederados, para que se animasen á ejecutar lo resuelto en los suyos. Juan López de Mena en el pueblo de Piztemax, ó Hemax encomienda suya, tuvo mejor suerte. Aquella noche entendiendo los indios, que estaba en su casa, la pegaron fuego por todas partes, y ellos estaban prevenidos para matarle, si salia. Quemóse todo lo que en ella habia, y le mataron dos muchachos españoles, y la demas gentes de servicio, que allí tenia. Guarda la divina clemencia á quien por bien tiene con medios no prevenidos de la providencia humana, que como tan limitada, no conoce los riesgos futuros, por cercanos que estén antes que lleguen. Esperimentólo Juan López de Mena, pues aquel dia á caso habia salido á una estancia, que tenia cerca del pueblo, con que no le cogió en su casa el incendio, y se pudo librar, aunque con mucho trabajo y peligro de la saña de los indios, que viendo no estaba allí, le buscaron á toda diligencia. Pusola el mayor, echando de ver por el rumor lo que pasaba, y llegó á la villa, donde los demas conquistadores estaban, y en cuya compañia se aseguró de el riesgo en que se habia visto.

Al mismo tiempo los del pueblo de Calotmul (ocho leguas de la villa) quisieron matar á Diego Gonzalez de Ayala su Encomendero. Habiase ido á él aunque no sin recelo de la poca fidelidad de los indios, pues habia llevado consigo su lanza y adarga, prevencion de que necesitó bien para el suceso. Al ruido con que los indios llegaron á su casa, salió el y un negro esclavo suyo, que habia llevado, y conociendo á lo que venian, mando al negro, que miéntras él defendia la entrada de la casa, ensillase el caballo. Hízolo el negro con toda presteza, y trayéndole con la lanza y adarga, subió en él Diego Gonzalez, y amparándose el negro con él, rompieron por entre la multitud de indios, que los habia cercado. Defendiéronse de ella con valor, aunque con el riesgo que se deja entender, y retirándose, ganaron el camino que va á la villa. Fueron en su seguimiento muchos indios, quedando otros á saquearle la casa, y el esclavo como pudo (que la necesidad parece dá <336> alas) saltó á las ancas del caballo y apresurándole los dos, se alejaron algun tanto de los indios, que no por eso dejaron de ir en su seguimiento. Sintieron el caballo cansado, y parando un rato, en él les dieron alcance los indios, de quien fué forzoso defenderse bajando el negro, hasta que retirándolos un espacio, subió como antes y prosiguieron, hasta que con la distancia los dejaron. Hay en el camino un árbol frutal, de los que se llaman zapotes, que hoy dia le nombran el árbol del garabato (y á mi me le mostraron pasando á visitor los conventos de aquel territorio) porque en esta ocasion, viéndose este conquistador cansado, algo léjos de los indios, y siendo la mayor defensa huir con mas presteza, colgó la adarga de una rama de él. Algunos dicen, que fuéron unas alforjas; pero salida tan repentina y peligrosa, no parece daria lugar á buscar mas alforjas, que armas con que ofender y defenderse. Los españoles, que en esta ocasion mataron en diversos lugares, fueron diez y seis, cuyos cuerpos sacrificaron en ofrenda á sus antiguos ídolos los nombres que he podido hallar, son los tres referidos, y Juan de Villanueva, que habia sido maestro de campo en tiempo de la conquista, Juan de la Torre caudillo, Pedro Zurujano, Juan de Azamar, Bernardo, ó Bernardino de Villagomez, y Pedro Duran: á ellos, y á los demas haya dada Dios la gloria.

Hecha en cada pueblo la faccion que pudieron, salieron á juntarse para ir á la villa, segun tenian determinado. Habia en ella noticia de lo sucedido, asi por los dos Encomenderos que se huyeron, como porque la dieron otros indios navorios, que se recogieron á ella, con que se dispusieron á la defensa, y juntamente dieron aviso á la ciudad de Mérida, para que los socorriesen. Hallábanse en la villa solos veinte conquistadores, ó pocos mas, porque de los sesenta que la poblaron, se ahogaron diez y seis pasando á la isla de Cozumél ó Cuzamil, por mandado del capitan Francisco de Montejo para reducirla; y algunos vecinos estaban ausentes, asi á negocios propios, como de su república. Francisco de Zieza, alcalde, Juan Gonzalez de Benavides, y Juan de Cárdenas, regidores, habian ido á Campeche á ver al Adelantado. Por esta particularidad me persuado á que esta última venida del Adelantado, llegada de los religiosos, y fundacion del convento de Campeche, fué este año de cuarenta y seis, y no el de cuarenta y siete, como dijeron algunos, porque en las probanzas de estos conquistadores, se dice habian ido á dar el bien venido al Adelantado. Los nombres do los que estaban en la villa son los siguientes.

Alonso de Villanueva, alcalde por ausencia de otro.

Alonso Ruiz de Arevalo.

Juan Urrutia, alferez.

Blas Gonzalez. <337>

Alvaro Ozorio.

Alonso Gonzalez.

Baltazar de Gallegos.

Juan Rodriguez.

Juan Gutierrez Picon.

Francisco Hernandez.

Luis de Baeza.

Sebastian de Burgos.

Rodrigo de Cisneros.

Martin Ruiz Darce.

Marcos de Ayala.

Juan Cano.

Juan López de Recalde.

Miguel de Tablada.

Estevan Ginovés.

Lucas Pimentel.

Juan López de Mena, y Diego Gonzalez de Ayala, que son los dos que se vinieron huyendo de sus pueblos.

 

CAPITULO III.

La ciudad de Mérida socorre á Valladolid,

á quien pusieron cerco los indios.

Junta ya gran multitud de diversos pueblos, llegaron á dar vista á la villa de Valladolid, donde los pocos españoles, que se dijo en el capítulo antecedente, estaban recogidos, y fué Dios servido, que los indios de servicio, que tenian, y algunos de los mejicanos (que con licencia de la audiencia, vinieron ayudar en la conquista) no los desamparasen: con que todos juntas hacienda un cuerpo, resolvieron no dejar la villa, sino defenderla, esperando el socorro de Mérida. Reconocido por donde venian los indios rebeldes, les salieron al encuentro, dejando quien tocase cajas de guerra dentro en la villa, con que les dieron á entender, que tenian mas gente de la que habia, y en especial soldados de á caballo, que era á los que mas temian. Como los indios vieron, que los españoles les habian salido al campo (cosa que nunca imaginaron, juzgándolos tan pocos) se atemorizaron, y no pasaron adelante. Trabóse allí una reñida escaramuza, en que los españoles mataron algun número de los rebeldes, y aunque fué Dios servido no muriese español alguno, faltaron de los amigos, que los ayudaban, con que pasado algun espacio, en buen órden se retiraron á la villa, quedando los rebeldes á la vista. Lo que tardó en venir el socorro de Mérida, aunque los indios no se atrevieron á entrar la villa, los de ella no estuvieron ociosos, saliendo á inquietar á los indios con rebatos en que les mataban algunos, si bien los rebeldes recompensaban su sentimiento con otros, que en los encuentros morian criados de los españoles. <338>

Sabido en Mérida lo que pasaba, dió gran cuidado, conociendo cuan belicosos eran aquellos indios, y lo que se habia trabajado para conquistarlos. No se hallaban en Mérida los capitanes, que lo habian sido de la conquista, por estar en Campeche á ver al Adelantado, y asi el cabildo determinó, que uno de los dos alcaldes, llamado Francisco Tamayo Pacheco, saliese luego con cuarenta soldados, y que en su seguimiento irian con brevedad otros capitanes. Tanta puso en despacharse el alcalde, que habiéndose recibido la nueva el sábado, salió domingo para la villa. Estaban ya los mas indios de la provincia alterados con el suceso, y desde adelante de Izamal mas declarados, y asi hallaron algunos caminos cerrados, y aun indios que les retardaban el viage. No se detenian con ellos mas de lo necesario para proseguirle, y asi llegaron á la Villa prestamente. Halláronla cercada de los indios y los españoles fortificados, aunque con recelo de su perdicion, si el socorro faltaba ó tardaba, porque cada dia se juntaban mas indios en favor de los rebeldes. Aunque supieron estos la llegada del socorro, no desistieron del intento, ni dejaron el sitio, ántes amenazaban con los arcos disparando flechas hácia la villa.

Quedó en la ciudad de Mérida el otro alcalde llamado Rodrigo Alvarez, juntando mas soldados, que fuesen en seguimiento de los primeros, y dieron noticia al Adelantado, como casi toda la tierra estaba revelada, con que necesitó bien de manos y consejo, para determinar, que haria. El peligro parecia mayor, que al principio de la conquista, por estar ya los indios en todo mas astutos y cautelados; y el ánimo obstinado de los indios en no querer estar sugetos á los españoles, de todo punto era patente, y asi comenzó luego á disponer remedio á tan grave daño, como amenazaba. Revalidó la autoridad, con que habia ido el alcalde Francisco Tamayo Pacheco, nombró por capitanes á Juan de Aguilar, y á los dos hermanos, Hernando y Francisco de Bracamonte, para que fuesen con la gente de Mérida. Los capitanes que habian sido de la conquista, y estaban en algunos pueblos del territorio de Mérida, se recogieron á la ciudad, donde habiendo venido el Adelantado, de comun acuerdo, se resolvió escusar cuanto fuese posible la guerra con los indios, solicitar todos los medios para pacificarlos sin ella, y asi que no se llegase á las armas, sino obligados de su pertinacia. Al capitan Francisco de Montejo, el que como se dijo fundó la villa, dió patente de general, quien estuviesen sujetos todos los que para aquella pacificacion se juntasen en el territorio. Con este órden salieron los capitanes con su gente para la villa, no he podido ajustar el número, si bien en unas probanzas de los que fueron, hallé, que el capitan Francisco de Montejo llevó consigo cuarenta soldados. Tuvieron algunos encuentros con los indios en el camino; pero como su atencion principal era librar la villa del asedio presente, y despues tratar de lo restante, que no pedia <339> tan urgente remedio, solo trataban de pasar adelante abriendo camino.

Junta toda la gente española que fué posible en Valladolid, estuvieron algunos dias sin hacer demostracion de hostilidad con los rebeldes, pero ellos ni mudaban de intento, ni se alejaban de sus alojamientos, aunque se les propusieron medios de su conveniencia. Viendo que estos no valian, y pareciendo yá que la reputacion peligraba, pues á la presencia de tantos españoles no aflojaban en su obstinacion; determinaron, que obrasen las armas lo que la razon no convencia. Salieron de la villa en forma de batalla, y acercándose á los indios, fué mas peligrosa, que las de la conquista, porque pelearon con desesperacion sin aprecio dé las vidas, como enemigos que habiendo estado sujetos, querian á costa de ellas alcanzar la libertad deseada. Pero aunque el valor de los nuestros fué mucho, no suficiente á que no estuviese la campaña por los rebeldes, como era el número tan sin proporcion exesivo. Habiéndoles hecho grave daño, se retiraron los españoles concertadamente á la villa de donde saliendo, se dieron diversas batallas, en que murieron veinte conquistadores, y mas de quinientos indios criados de los españoles, que con fidelidad ayudaban á esta guerra, aunque á costa de muchos mas de los rebeldes, que no pudiendo ya sufrirla tan continua, dejaron libre la villa, y se fueron á sus pueblos con intento de defenderlos, cuanto pudiesen.

Desembarazados los españoles de aquel tumulto, se repartieron los capitanes á los pueblos mas culpados para sujetarlos y componerlos por el mejor camino que se pudiese. Cupole al capitan Juan de Aguilar la reduccion del pueblo de Piztemax, donde quisieron quemar á su Encomendero Juan López de Mena. Fué necesario sujetarle con las armas, porque hallaron á los indios dél prevenidos para la defensa, y que habian hecho una fortaleza considerable (todas las probanzas que he leido le dán nombre de grande, cosa que en las demas no singularizan) y habia muchos indios para su defensa. Acometió la el capitan Juan de Aguilar con su gente, y defendiéronla los indios gran rato con teson y corage. El primero que rompió entrada á la fuerza, fué Sebastian Vazquez, que viéndole solo, cargaron á la parte que estaba mas de ciento y cincuenta indios. Apretáronle tanto, que se halló en manifiesto peligro de morir, sino le alcanzara á ver su capitan, que dejando la parte que espugnaba con algunos soldados, le socorrió, y apretando por aquella á los indios, los auyentaron, con que cogidos algunos, y huidos los demas, los españoles se señorearon de el pueblo. La causa principal de esta faccion, testifica el mismo capitan en un dicho suyo, que fué el valor con que Sebastian Vazquez dió principio á la expugnacion de la fuerza. Luego que se sujetaban los pueblos, se trataba de atraer á los indios, que discurrian fugitivos por los montes, y agregados de allí los mas que se pudieron, y asegurándolos de los recelos que tenian, <340> se fué donde andaba el capitan Francisco de Montejo.

Discurria este capitan cercano al pueblo de Chemax (donde crucificaron á los dos hermanos españoles) y mando á algunos soldados, que fuesen á descubrir las rancherias y guaridas, donde se habian huido los indios. Hubieron de ir algunos de los que vinieron con el capitan Juan de Aguilar, y entre ellos cupo á Sebastian Vazquez seguir un camino, que iba á dar á una montaña alta. Halló al pié de ella un escuadron de mas de cien indios de guerra, todos con sus arcos y flechas, que andaban recogiendo gente para volver al pueblo de Piztemax á recuperarle, por ser donde tenia su asiento uno de los grandes sacerdotes de su gentilidad idolátrica. No se turbó hallándose solo con tantos indios, dióle Dios esfuerzos para acometerlos, y le cobraron tal temor, que le huyeron, pero prendióles una india y una muchacha, que llevaba al capitan Francisco de Montejo. Habia salido por otra vereda Francisco Briceño el viejo, y habiendo descubierto algunas rancherias oyó un ruido, y siguiendo á la parte que sonaba, llegó al pie de la montaña, donde le habia sucedido á Sebastian Vazquez lo que se ha dicho. Habia al lado de ella un valle, donde estaba cantidad de indios de guerra, y estándolos mirando, llegó Sebastian Vazquez, que venia con las dos indias prisioneras, y refirió á Diego Briceño lo que le habia pasado. Briceño le dijo, que pues ya eran dos, seria bueno volver sobre aquellos indios. Replicó el otro, que era temeridad siendo tantos, y que el tenia á dicha lo que le habia sucedido: que era mejor dar noticia al capitan, para que con alguna gente, se acudiese á cogerlos. Hiciéronlo asi, y por medio de las dos indias se supo el intento, que aquellos indios tenian de ir á Piztemax para recuperarle. Despachó luego el capitan Francisco de Montejo sesenta hombres infantes, con los dos que habian traido la nueva, porque por la espesura de las montañas no podian ir caballos. Con la diligencia hallaron á los indios, á quien en breve desbarataron y prendieron pocos menos de cuarenta, salvándose los demas con la fuga por aquellos montes, sin poderles dar alcance. Trajeron los prisioneros al capitan, el cual los trató con mas benignidad de la que ellos por su delito merecian. Como era el blanco de esta guerra, principalmente la venganza del atrevimiento con que se habian alzado, y hecho con tanta atrocidad las muertes que se han dicho, los iban apaciguando con templanza, para despues en la quietud de la paz con moderado castigo escamentarlos para lo futuro.

 

CAPITULO IV.

Revélase en el mismo tiempo el pueblo de

Chanlacao en Bakhalal, y como se apaciguó.

Estaban pacificando los españoles á los indios de la provincia <341> de Valladolid, como se ha dicho en los capítulos antecedentes, y entendiendo que con quietar los ánimos de aquellos naturales, estaba todo sosegado, vino nueva de la villa de Salamanca de Bakhalál al capitan Francisco de Montejo, que como se ha dicho era general de la gente de guerra, de que el pueblo de Chanlacao en la provincia de Chetemal, jurisdiccion de Salamanca, se habia alzado, y sus moradores muerto á Martin Rodriguez su Encomendero, vecino de Salamanca, y que lo restante de la provincia quedaba muy alterado: los españoles recelosos, que los demas pueblos á imitacion de aquel, manifestasen alguna novedad, que de ellos sospechaban por algunas señales, que el recelo ó la apariencia les persuadia, veian en ellos. No dió poco cuidado esta noticia al capitan y á su gente, pues sobre tantos trabajos como se habian padecido en la conquista, y los que tres meses habia, les ocasionaba el rebelion de aquel territorio, se ofrecia aquella novedad en parte tan distante, con que se difcultaba mas el socorro la presteza en remitirle parecia muy necesaria, por la instancia grande con que los de Salamanca le pedian, y la gente con que se hallaba no era tanta, que no necesitase de ella para dar fin á la pacificacion de las comarcas. Ocurrió á lo mas urgente, aunque esta se retardase algo, porque aquel daño, que estaba en el principio, no cobrase fuerzas con el disimulo, y dió comision al capitan Juan de Aguilar, para que con veinte y cinco españoles soldados de á caballo, fuese á pacificar aquel tumulto. En el nombramiento que fué dada á seis de Febrero de 1547 años, estando de real en el sitio de Texio, hablando con el capitan Juan de Aguilar se le dice: "En que si caso fuere (lo que Dios no quiera) que las dichas provincias estén alzadas y los naturales de ellas os salieren de paz, que los recibais y ampareis, y guardeis la paz, conforme á lo que su magestad manda."

Partió el socorro con toda presteza para la villa de Salamanca, venciendo las dificultades que ofrecia la distancia, y algunos encuentros que tuvo con indios, que le procuraban impedir, el paso, y asi le fué forzoso pelear con ellos para abrir camino, y aun padecer necesidad de bastimentos y agua por los despoblados, que hay en el intermedio. En este viage sucedió al capitan un caso, que al principio ocasionó terror á sus soldados. Iban caminando con sus lanzas y adargas, y en una travesía, caballo y caballero se sumieron, desapareciéndose, como si la tierra la hubiese tragado. Con el susto de tan repentino accidente se acercaron los soldados al lugar donde despareció su capitan y hallaron, que como esta tierra está tan cubierta de matorrales y malezas de monte, se habia cubierto la boca de uno como pozo algo capaz, aunque no de mucho fondo, donde estaba. Fué Dios servido, que no se lastimase, y con la ayuda salió, sacando despues no sin dificultad al caballo. Visitando este obispado el obispo D. Fr, Gonzalo de Salazar, por curiosidad <342> mandó, que le llevasen á ver el pozo donde fué la caida. Finalmente llegaron á la villa de Salamanca, donde con su vista recibieron increible alegria, que como tan pocos temian no les acometiesen los indios, y luego el cabildo requirió al capitan, que con toda brevedad se dispusiese para ir al pueblo de Chanlacao, porque en él consistia la fuerza de los indios de aquella provincia, y asi pacificado él, los demas con brevedad se sosegarian. Las causas que tuvieron para tan acelerado requirimiento segun consta de un auto de doce de Febrero, fueron decir: "Que habian muerto á su encomendero Martin Rodriguez, y no bastante esto, nos alborota (dicen) y alza nuestros repartimientos: amenazándonos los indios, que nos sirven y diciendo, que quieren venir á dar sobre nosotros. De la cual causa nuestros repartimientos no nos sirven tambien, como solian y puede ser, que nos los alzen: por do nos podrán venir grandes daños, y es en desprecio de Dios nuestro Señor, y en menosprecio de la justicia real. Y por las causas sobredichas (prosiguen) de parte de su magestad mandamos, y de la nuestra rogamos al dicho Juan de Aguilar vaya al dicho pueblo de Chanlacao, y prenda y pacifique los que hallare culpados, y los demas llame de paz y reciba. Y para esto nosotros le ayudarémos con la gente de españoles y canoas, y indios, que fuere menester. Y habiéndolo asi hecho, hará lo que es obligado, y á lo que viene; y donde no, todos los alborotos y daños, que sobre esto vinieren, le protestamos de demandar, como á hombre causador de ellos, y para esto le damos todo el poder, que de su magestad tenemos, y en tal caso se requiere."

Bien se deja entender por las protestas de este auto el aprieto en que á su parecer se hallaban los pocos vecinos de aquella corta villa, pues requerian con tal instancia á quien con tanta presteza habia atropellado los inconvenientes que se han dicho del camino por socorrerlos, andando en menos de seis dias mas de cien leguas. Notificarónle el auto, y obedecido, á otro dia trece de Febrero le dió el regimiento todo su poder, para que en nombre del rey hiciese la entrada, y en todo lo tocante á ella le obedeciesen, asi españoles como indios, pero con órden, que si los alzados saliesen de paz, los recibiese con ella, y defendiese de todos malos tratamientos, que se les pudiesen intentar hacer y tuviese en justicia á los españoles que con él iban, para que no resultase algun nuevo inconveniente. Con estos poderes salió el capitan Juan de Aguilar con los españoles que llevó, con los que en la villa le dieron, y con indios de ayuda para el pueblo de Chanlacao en cantidad de canoas por la laguna, á quien hace ribera la misma villa, y caminando por rios y lagunas llegaron á dar vista al pueblo. Estaba fundado en una isleta todo rodeado de agua, muy fortificado y por esta causa peligrosa su entrada, habiendo <343> de ser á fuerza de armas. El cacique y la demas gente se alborotaron con la vista de los españoles, pero no dieron muestras de temerlos mucho. Considerada la dificultad de la entrada, y el órden con que iban, de que si se podian reducir sin llegar á manejar las armas, no se les hiciese guerra, siendo como es mas gloriosa la consecucion de la paz, sin esponer las vidas á la incertidumbre de una batalla, y sin derramamiento de sangre de estos pobres indios, para con quien siempre encomendaron tanto la piedad nuestros católicos reyes, se trató de atraerlos con medios pacíficos, escusando rigores, que una vez empezados, suele ser dificil impedir su curso.

Pareció el medio mas á propósito, que acaso en otra entrada habian cogido los españoles de Salamanca á la muger de aquel cacique, y teniéndola prisionera la llevaban en su compañia. El capitan envió á decir al cacique, que se la traia para entregásela, sin que se le hubiese hecho mal tratamiento alguno, como ella diria, y que conociese por esto no ser su venida á hacerles daño alguno, como ellos se quietasen. Certificado el cacique de la verdad de la embajada se sosegó, y habiendo apaciguado á los indios, vino á la presencia del capitan Juan de Aguilar y españoles, con muestras de humildad y rendimiento. Fué recibido con agrado, y el capitan le dió algunos regalos de lo que llevaba, pero lo que mas estimó fué la entrega de su muger, cuya falta sentia mucho. Con el buen trato que el cacique y los indios vieron en los españoles, se acabaron de humillar, y confesando habian errado, los entraron en su pueblo con mucha alegria. Verificose en la ocasion, que á la fiereza mas indómita ablandan los beneficios, y mas hechos con corazon sencillo y ánimo verdadero. Reconoció aquel cacique el buen pasage, que á su muger se le habia hecho, y se trocaron tanto los ánimos de aquellos indios, que la guerra presumida por cierta, se convirtió en paz eficacísima, que duró hasta cuando ahora en nuestros tiempos, no solo aquel pueblo, pero casi todos los restantes de aquella provincia, apostatando miserablemente de nuestra santa fé, se huyeron avecindándose con los gentiles Itzaes, de que se dará razon en su tiempo. En aquel las muertes y llantos, que se les ocasionáran de la guerra, se convirtieron en alegrias comunes de ambas partes; la de los españoles contenta por no haber ensangrentado sus manos en los indios: y la de estos viéndose recibidos de paz, y asi lo festejaron mucho, regalando á los españoles cuanto les fué posible, y de nuevo volvieron á prometer perpetua obediencia. Como los demas pueblos tenian á la mira el suceso de este, con facilidad se quietaron, y aun del buen suceso resultó la seguridad de toda esta tierra, que prudencialmente recelaba de aquel levantamiento, y de no ver concluida la pacificacion del territorio de Valladolid, no hubiese alguna semillas ocultas sembradas en los animos de estos <344> indios. Con bastantes manifestaciones de seguridad en aquellos, se volvieron los españoles é la villa de Salamanca, donde festejeron la nueva paz de los indios, y dieron gracias Dios por ella. Habiéndola conseguido con tan buen fin, se volvieron el capitan Juan de Aguilar, y su gente á la provincia de Valladolid, y dando cuenta dél al capitan Francisco de Montejo, quedaron todos muy gustosos. En todo aquel mes de Febrero, se concluyó la pacificacion de todo lo oriental de esta tierra, habiendo costado cuatro meses de andar los españoles con las armas en las manos de pueblo en pueblo, sujetándolos, que fué como otra nueva conquista y desde entónces sea Dios bendito, no ha habido necesidad de semejante trabajo, porque se han intentado algunas sediciones de que se dá razon en el progreso de estos escritos, se han manifestado á tiempo, que con castigar juridícamente las cabezas que las movian, se han evitado. Solo para lo que dije poco ha de Bakhalál en nuestros tiempos no ha habido castigo, porque ni tampoco ha habido manos para sujetarlos: vasallos son del rey y cristianos bautizados, y no hay quien mire su perdicion, quizá como se debiera. Escusas se dan con que legitiman la ocasion de omitirlo: no es de estos escritos mas obligacion que referir los sucesos.

 

CAPITULO V.

El padre Fr. Luis de Villalpando convierte los indios

del territorio de Campeche, y baja á Mérida.

Por el alzamiento de los indios hubo de ir á Mérida el Adelantado, y quedarse los religiosos en Campeche dando principio á su conquista espiritual, á que sin duda favoreció mucho el auxilio divino, pues no fué impedimento para coger gran fruto en breve tiempo. Oian bien los indios la predicacion evangélica, admitiéndola y disponiéndose para recibir el santo bautismo, catequizándolos con toda solicitud y cuidado, y habiendo ya bautizado al señor de Campeche, que como se dijo, se llamó D. Diego Ná, y á otros muchos que con su ejemplo se redujeron mas brevemente de lo que se podia entender: teniendo aquello en tan buen estado, quiso el padre comisario Villalpando salir por aquellas serranias á reducir y congregar los indios, que por ellas estaban desparramados en rancherías. Parecióle dar antes noticia de los buenos principios y grandes esperanzas, que desta conversion tenian al R. P. comisario general de Méjico, y á la real audiencia, y al V. P. Fr. Toribio de Motolinia su comisario de Guatemala, y tambien como agradecido de la buena acogida que habian hallado en el Adelantado, lo mucho que les habia favorecido en Campeche, y ofrecídose á continuarlo en el resto de la provincia.

Con estas nuevas tuvieron en Méjico todos mucho gusto, <345> y dieron gracias á la Magestad Divina, que se dignaba reducir los ánimos de estos naturales al yugo de su santa ley: cosa que tanto se deseaba, por haber sido esta tierra la primera, y por la cual se descubrió la Nueva España, donde con tan grandes aumentos ya estaba recibida. Hecho el despacho, el padre Villalpando dejó á sus compañeros en Campeche, y lleno del espíritu de el Señor, entró por aquellas serranias pié y descalzo como varon apostólico, talando los montes y recorriendo todos los lugares donde habian indios congregados, que eran muchos, porque aunque habian pueblos como hoy los hay; son naturalmente inclinados á estarse en los montes y en sus sementeras ó milpas. Lo primero que hizo, fué reducirlos á que se bajasen á los llanos á sitios acomodados, donde se hiciesen poblaciones para poderlos predicar, catequizar y enseñar conforme á su deseo, teniéndolos mas á mano, pues los ministros eran tan pocos. Con esta diligencia pobló muchos de los lugares, que hoy permanecen en el distrito de Campeche y en el camino hácia la ciudad de Mérida. Fundó iglesias y ordenó las demas cosas necesarias á una república, para lo eclesiástico y politico secular de ella, á que le ayudaron mucho sus compañeros. Predicábales con tanto amor, y se acomodaba de tal suerte por aquellos montes, que les quitó todo el recelo y temor, que podian tener de vivir juntos con los españoles. No era mucho le tuviesen los indios, pues el tiempo precedente, como de guerra habian padecido muchas incomodidades que de ella se originan, y no advertian que ya en el de la paz seria diferente, pues porque se sujetasen á ella, se habia procedido algunas veces con rigor, porque se redujesen.

Con este seguro le seguian con voluntad rendida á todo lo que les ordenaba, y como esperimentaban en su padre espiritual y pastor, singular caridad y compasion á los enfermos necesitados, le amaban mas de corazon. Si alguno enfermaba, hacia que otros sanos le cargasen, y aun se dice, que veces él mismo le cargaba, para dar mayor ejemplo á los indios. No les era molesto de ningun modo en su comida, porque se sustentaba de cualquiera cosa, que los indios le daban de lo que acostumbraban á comer, y lo ordinario era solo maiz y las frutas, que en los mismos montes se hallaban. Entre otras cosas espirituales, que en algunas pláticas les habia dicho, fué el amor grande, que Dios nuestro Señor tiene á los hombres, por lo cual su Magestad Divina se comparó á la gallina, que solicita de la proteccion de sus polluelos, los recibe debajo de sus alas, defendiéndolos de el gavilan, que diligente procura quitárselos para presa con que sustentarse. Que esto pasaba espiritualmente á sus sacerdotes con los hombres, que les eran refugio y amparo contra sus enemigos los demonios, que por todos caminos solicitan su muerte; y que asi los sacerdotes eran á quien habian de recurrir en sus adversidades <346> y trabajos, para hallar el verdadero descanso y alivio de que necesitaban. Con la corta capacidad, y por entónces tambien poco conocimiento de los misterios divinos, entendieron tan lo literal esto del recogerse debajo del amparo de el ministro en sus trabajos, que en queriendo algun principal castigar á algun indio, se iba donde el padre Villalpando estaba, y recogiéndose debajo de sus mangas, se estaba allí sin hablar palabra. El no entendia el fin de aquella accion, pero dejabale, aunque no le fuese ocasion de desconsuelo, si le apartaba, juzgando, que algun motivo tenia para ella. Sucedió diversas veces, y ya deseoso de saber, que queria ser aquello, vino á una ocasion un niño, que poniéndose detras de el, se cubria con el hábito. Preguntóle, porque hacia aquello, y respondió el niño: Quierenme azotar, y vengome á valer de tí, que eres padre piadoso, que yo te lo oí decir habrá ocho dias. Reparó en lo que les habia predicado, y dió gracias á la Divina Magestad, por ver que asi recibian su doctrina, y cuan mansos y domésticos estaban. Con esto de allí adelante, cuando sucedia algun caso de estos, les decia quedase libre el que se venia á valer de él, pues era justo, que el padre de su alma y sacerdote de Cristo fuese refugio de pecadores, y de los que erraban, con que se aumentaba mas el amor de los indios y crecia la reverencia á su padre espiritual, de suerte, que cuan{o les ordenaba, ejecutaban sin repugnancia alguna.

Miéntras el padre comisario se ocupaba por los montes en este apostólico ejercicio, no se descuidaban en Campeche los padres Fr. Melchor de Benavente y Fr. Angel Maldonado, ejercitándose en estudiar la lengua, predicar y enseñar á los indios mediante la que ya sabian, y valiéndose de intérprete, para lo que por si mismos no podian declararles, aunque mediante el favor divino no tardaron mucho en ser grandes lenguas. Fray Juan de Herrera, aunque lego, era muy hábil, sabia escribir bien, cantar canto llano y órgano, y aprendiendo la lengua, se ocupaba en enseñar la doctrina cristiana á los indios, y en especial á los niños. Para poder mejor lograr su deseo en estos ejercicios, puso forma de escuela, donde acudian todos los muchachos, dándolos sus padres con mucho gusto y voluntad, aprehendian las oraciones, y á muchas enseñó á leer, escribir y cantar: habilidades, que tanto mas estimaban los indios, ver medrados á sus hijos con ellas; cuanto antes las ignoraban, pues solos los de los señores sabian de sus caractéres, que servian de escritura. Bien se lució el trabajo de estos primeros predicadores evangélicos, pues mediante el favor divino crecío tanto el edificio espiritual de la conversion de estas gentes, que en menos de ocho meses bautizaron todas las que tocaban á la provincia de Campeche, llamadas de los naturales los Chikin Cheles, cuyo número de adultos fué mas de veinte mil, sin los niños y niñas, que eran mucho mas. <347>

Pareció al padre comisario, que estándose sin proceder adelante era volver atrás, y asi determinó venir á la ciudad de Mérida, en cuyas comarcas era el mayor gentío, para emplear en él su espíritu. Antes de ejecutarlo fué á Campeche, donde dió á sus compañeros el órden, que habian de observar en la administracion de los indios y lo demas, que le pareció conveniente, y trayendo consigo al bendito lego Fr. Juan de Herrera, se vino para la ciudad de Mérida. El Adelantado le recibió con mas muestras de amor, que en Campeche, venerando al santo varon muy de corazon: efecto sin duda dimanado de ver el santo celo de la conversion de los indios, y el crecido fruto, que en tan corto tiempo habia hecho en ellos en el territorio de Campeche. Por no haber donde hospedarle, que estuviese solo, como él quisiera, le llevó consigo á su casa, y en ella le tuvo, hasta que se determinó, donde habia de fundarse el convento. Tal fué el concepto, que de este apostólico varon formó, que desde que llegó á Mérida, cuanto habia de obrar, asi en órden á sus cosas, como del gobierno de la tierra lo consultaba con el padre Villalpando, y segun su consejo lo ejecutaba. No se engañaba el Adelantado, porque demas de la mucha virtud, que en él esperimentaba, era persona de muchas letras, asi divinas, como humanas: tan advertido en las materias del estado político, ajustándole al proceder cristiano, que á todos causaba admiracion. Por esto decian dél, que su ciencia parecia mas infusa, y dictada del Espíritu Santo, que adquirida con arte y trabajo humano.

Por aprovechar el talento de la divina sabiduría, que le habia sido comunicado, y no estar ocioso miéntras se disponia la enseñanza de los indios, se ocupaba en predicar á los españoles. Como este no era el fin de su venida á esta tierra, no sosegaba su espíritu, aunque ocupado en tan santo ejercicio, y asi pidió al Adelantado, que en el asiento de la ciudad le señalase sitio para la fundacion de el convento y tener donde tratar luego de la conversion de los indios. Tuvieron por costumbre los desta tierra en el tiempo de su gentilidad, edificar los templos de sus ídolos en eminencias, como se dijo en el libro cuarto, y parece, que como el demonio incitaba al pueblo de Israel, para que idolatrasen mas en lugares eminentes, que en las llanadas; asi á estos indios los tenia engañados, asemejándolos en este rito y ceremonia. Como lo mas desta tierra es tan llano, tenia ocasion el demonio de que les costase mas trabajo el servirle, porque á fuerza de manos hacian las eminencias juntando tierra y piedra, con que formaban un cerro donde fabricar el templo. Habia algunas destas en el sitio, que está fundada la ciudad de Mérida, y la mejor, que domina cerca la ciudad, habia elegido el Adelantado para edificar un castillo y casa fuerte de los dos que capituló, cuando vino á pacificar esta tierra; pero teniala la divina providencia determinada, <348> para castillo espiritual de los fieles, donde se habia de edificar templo á la magestad divina, donde desde entónces se le hallan estado dando divinas alabanzas. Pidiósele el padre comisario para fundar en él el convento, y el Adelantado lo concedió sin repugnancia alguna: considerando su devocion, que el mas fuerte presidio eran las oraciones de tan apostólicos varones, como le habian de habitar. Por no haberse señalado otro sitio para el castillo, ni haberlos edificado, como se capituló, se perdió la merced y renta señalada perpetua á sus sucesores.

 

CAPITULO VI.

Convocánse en Mérida todos los caciques,

para que entiendan á que han venido los religiosos.

Miéntras el padre Villalpando, y sus compañeros se ocupaban en lo que queda referido, venia el venerable padre Fr. Lorenzo de Bienvenida por el camino del golfo á salir á Bakhalal, atravesando por muchas tierras de infieles, que aun hoy están por reducir, como despues se dice: por lo cual le llamaron los conquistadores el explorador. Aunque de paso venia aficionándolos á la cristiandad, y poniendo cruces, enseñándolos á adorarlas. Los trabajos que en tan dilatado y áspero camino, sin compañia y entre infieles padeceria, bien se dejan entender. Holgárame de tener relacion de tan singular viage, y lo que en él le pasó, pues fuera bien saliera á luz para gloria de Dios nuestro Señor, con cuya virtud principalmente se obran cosas tan grandes: pero no la tengo, y asi no puedo decir mas, de que su divina magestad le sacó de tantas penalidades y peligros con salud, y le trajo con ella á la presencia de su comisario, á quien dió la obediencia como á su prelado.

El padre Lizana tratando de la llegada de este religioso, dice estas palabras: "Todavia no habia cesado la crueldad, que algunos conquistadores usaban con los indios, y segun parece estaban ya aqui algunos de los que habian quedado de la primera entrada, que el Adelantado hizo por eso de Bakhalál, como por Campim, que fué apretado demanera, que le obligó retirarse y aguardar la ocasion ya dicha (que fué esta que va ahora diciendo) y segun eso los conquistadores de antes de su venida mas fueron crueles que humanos, pues el santo Bienvenida los reprehendia y requeria de parte del rey, que cesasen de sus crueldades, y todavia aprovechaba algo, y despues de ya asentada la tierra era gran defensor de los indios. Cesó la crueldad con la venida del Adelantado totalmente, porque era noble y de natural muy compasivo, y castigaba á los crueles, que fué freno que sujetó la fiereza de los soldados, &c." Ya he dicho en otra ocasion, que en materia de lo tocante <349> al estado secular no debió de tener los escritos necesarios para certificar la verdad de los sucesos, y me persuado, que habló segun las relaciones, que diversos afectos hacen variar en estos tiempos, y que yo he oido, que no concuerdan con lo que consta por instrumentos auténticos. Por los que he referido de la fundacion de la ciudad de Mérida, se vé, que ni un palmo de tierra se daba á español menos que con protesta, que habia de ser sin perjuicio de los indios. Ya habia mucho; que no se permitia vender esclavos, observando las nuevas leyes, que se habian publicado. No habia ya guerra, por. que los indios estaban sujetos, y las poblaciones de los españoles fundadas; y asi confieso, que no puedo alcanzar, que fiereza de soldados cesase con la venida del Adelantado. Si algo pudo haber en este tiempo, fué durante el rebelion de los indios, en que se procedió como se dijo. En Bakhalál, por donde pasó el padre Bienvenida, sucedió lo que queda visto, con que se apaciguó del todo sin guerra. Concuerde esto el discurso, que el corto mio halla contradicion entre lo uno y lo otro.

Habiendo estado el padre Bienvenida algunos dias en Mérida, le mandó el padre comisario fuese á la villa de Campeche á cuidar de la administracion, y doctrina de aquellos naturales, y que el padre Benavente viniese á Mérida, para ayudarle ó la que deseaba ejercitar con los de ella, y sus comarcas porque su espíritu no halló quietud al deseo, hasta que lo puso por obra. Venido ya el padre Benavente, y tratado con el Adelantado, era tiempo de dar principio á la conversion de los indios; pareció conveniente llamar á todos los caciques y señores principales, pues la tierra estaba ya pacífica, donde en comun se les tratase de su reduccion á la fé católica, y para que conociesen á los maestros y padres espirituales, que hablan de predicarla y enseñársela. Ejecutólo el Adelantado despachando sus mandamientos por toda la tierra, para que viniesen á su presencia todos los caciques y principales, porque asi convenia. Recibidos los mandamientos, todos obedecieron, viniendo á la ciudad, y como iban llegando los remitia á los religiosos, para que los viesen y hablasen. Los que hasta entónces no los habian visto, quedaron admirados considerando el trage, y vestuario tan diferente del de los otros españoles, la corona, y falta de barba. Como comunicando al padre comisario, esperimentaba aquel amor y ferviente caridad, que con ellos tenia: recorriendo la memoria de sus profecias antiguas, coligieron, que aquellos eran los que les habian profetizado sus sacerdotes, que habian de venir á enseñarles la credencia del Dios verdadero y su fé, desengañádolos de la que tenian, en los que veneraban por Dioses.

Asignóles estando ya juntos todos un dia en que les predicó, dándoles á entender, como la intencion del papa, y del emperador nuestro rey, que los enviaba, para que los hiciesen cristianos, y les enseñasen la fé católica, sin la cual ninguno <350> puede salvarse, como ni sin observancia de ley Divina, que enseña haber un solo Dios verdadero, criador de todas las cosas premiador con vida eterna en la gloria de las virtudes, castigador con eternos tormentos de los idólatras, que adoran falsos Dioses, y fingidos, como tambien de los pecadores obstinados, que sin hacer penitencia pasan de esta vida: con lo demás, que por principio le pareció conveniente para atraer los ánimos de estos naturales. Como el padre Villalpando les habló en su idioma nativo con tanta propiedad de palabras, fué mayor el afecto que le cobraron, á que se junto encargarles el Adelantado, como lo habia hecho en Campeche, el respeto, y la veneracion que le debian tener, y el crédito necesario á lo que les predicase y enseñase para remedio de sus almas, que era el fin principal de su venida, como él mismo les habia dicho en su plática. Los mas de los indios quedaron aficionados á los religiosos, y á lo que se les habia propuesto; pero habia entre ellos algunos sacerdotes gentiles, que llevaron mal haber de mudar religion, aunque mas lo debian de hacer los desventurados por la pérdida de sus comodidades, que por celo de ella, ni razon contraria, que tuviesen para la permanencia en la que profesaban.

Pidió despues el bendito padre comisario á todos los caciques y principales, que le enviasen sus hijos á la ciudad (pues no podia asistir en todos los pueblos) para enseñarles la doctrina cristiana, á leer y escribir, como usaban los españoles, que ya tendrian noticia lo habian hecho asi los de Campeche, y el provecho que de ello se les seguia. Respondieron, que lo harian asi, con que los despidió el Adelantado. y se fueron á sus pueblos Aunque dieron esta palabra, muchos no la cumplieron, porque el demonio incitó á los sacerdotes gentiles persuadiesen á los Padres de los muchachos, que no era para enseñarlos, como decian los religiosos, sino para sacrificarlos y comérselos, ó hacerlos esclavos. Como sabian ya que los religiosos enterraban á los que morian en la iglesia de el convento, persuadieron á muchos que eran brujos, que de dia parecian en la forma que los habian visto, y de noche se convertian en zorras, buhos y otros animales, que desenterraban los huesos de los difuntos. Siendo tanto el crédito que los indios daban á sus sacerdotes, se entristecieron con estas falsas relaciones, y perdieron algun crédito los religiosos. Muchos de los caciques enviaron sus hijos, sin esperanza de verlos mas, y otros escondiéndolos, enviaron á los de sus esclavos. Despues les pesó, porque habiendo salido buenos escribanos, lectores y cantores los que vinieron: siendo personas de mas razon, que los que quedaron, fueron ocupados en los gobiernos de sus pueblos, y los ocultados lo perdieron, permitiéndolo la magestad divina en retribucion de la malicia de sus padres. No se le ocultó al santo padre Villalpando este error, que los sacerdotes gentiles sembraron en <351> los ánimos de los indios, y con santas y continuadas pláticas que les hacia, solicitaba remedio á tan grave daño, procurando disuadirlos de estas mentiras que tenian creidas. Con tan amorosas y eficaces palabras les hablaba, que al fin juntó en la ciudad mas de mil muchachos, muchos de los cuales ayudaron despues á los religiosos en la enseñanza de sus connaturales, siendo sus predicadores y maestros. I,a de estos niños corrió por cuenta del bendito lego Fr. Juan de Herrera, teniéndolos con comodidad, y acariciándolos para que tuviesen amor n los religiosos, sintiesen menos verse entre gente estraña de su natural, y ausentes de sus padres.

En el interin trabajaban con gran espíritu los padres Villalpando y Benavente en catequizar no solamente á los indios, que estaban en el sitio de la ciudad, sino tambien á los pueblo distantes hasta siete leguas, no atreviéndose á alejar mas por ser los dos solos. Salian á los lugares circunvecinos, predicaban y exhortaban á los indios recibiesen el santo bautismo, y volvian á la ciudad á confirmar de nuevo en su buen proposito á los que en ella enseñaban. Las primicias de este trabajo se lograron en dos señores caciques, uno de el pueblo de Zicilpach y otro del de Caucel, ambos distantes á dos leguas de la ciudad. Este último junto con haber sido señor en lo temporal, era sacerdote de ídolos, y gran maestro de la idolatria. Celebróse el bautismo con gran solemnidad, y fué su padrino el Adelantado, que por llamarse Francisco, se les dió este nombre en él á los nuevos cristianos. El cacique de Caucel ya llamado D. Francisco Euan, era de mas de cincuenta años de edad, de muy buen entendimiento y capacidad, con que aprendió á leer y escribir. De tal suerte obró en él la gracia del santo bautismo, que habiendo hasta entónces sido maestro de la idolatria, desde que le recibió fué fidelísimo coadjutor de los religiosos en la conversion de los restantes. Fué de grande ejemplo la de este indio, para que los demas se dispusiesen á recibir el santo bautismo, porque demas de tener buena persuasiva, ayudaba mucho la opinion grande, que entre ellos tenia de sábio, y ver que habiendo sido sacerdote de sus ídolos, ya los detestaba con tanta eficacia, y les decia no ser Dioses los que adoraban por tales, con que creian mas bien lo que de la fé cristiana se les predicaba, y por este medio con buena voluntad se convertian y acudian á la doctrina aun sin ser llamados. Vivió este buen indio hasta el año de mil y quinientos y sesenta, que le sacó Dios de esta vida mortal para le eterna, donde tendrá el premio de su buen celo y trabajo, con que ayudó á los religiosos. Está enterrado en lo que fué la iglesia antigua del convento de Mérida, que cae debajo del principal dormitorio que hoy tiene; y aunque los religiosos sintieron su muerte, se consolaron viendo moria tan buen cristiano el que habia sido tan gran idólatra. <352>

COGOLLUD.TM1 Continued
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