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David Bolles
 

Combined Dictionary-Concordance of the Yucatecan Mayan Language

CAPITULO VEINTE Y TRES.

Prosigue el informe de la ciudad

sobre los indios que vacasen,

mandados poner en la real corona.

Ponderando lo que se ha referido en el capítulo antecedente con la benignidad del rey, prosiguen diciendo: "Cosa es que la piedad cristiana (en especial la de S. M.) no querrá ni permite. Siendo tan justo rey y señor, que con haber dado á la santa iglesia catedral de esta ciudad veinte y cuatro mil pesos en la encomienda de Ixil y Pencuyut, que vaco por fin de Juan de Argaiz, con ser su inclinacion á hacer mercedes y limosnas por solo habérsela encomendado el gobernador de esta provincia primero á D. Diego Garcia de Montalvo, se la ha mandado volver, sin dar de ella cosa á la dicha santa iglesia. Y siendo esto así, ¿cómo ha de querer revocar las mercedes de justicia, que resueltamente S. M., su padre y abuelo, han hecho á los conquistadores y descendientes por sus palabras y firmas reales, en pública forma y en juicio dadas? En especial dejándolos tan pobres que es como quien deshace el hospital mas menesteroso, y que la pobreza y necesidad comun les ha de obligar á buscar fuera el sustento que no pueden haber en su patria, vagando las agenas con notable miseria, redundando en quiebra de que haya quien defienda esta provincia, que es imposible sin las dichas encomiendas; y este cabildo en tan conocido riesgo de poder defender esta ciudad, cabecera de esta gobernacion, sin vecinos obligados á ello. Siendo á su cargo el procurar la vecindad y aumento, pues quedando desamparada aun cuando falten beneméritos á S. M., ha de dar los dichos indios de necesidad á los que quisieren avecindarse en esta ciudad y provincia para su defensa, como se han dado y dan vecindades en provincias de España, pues aquí no se puede habitar ni ser de otro modo." <309>

"Siendo de consideracion de la importancia que es esta provincia por ser el paso forzoso de ida y vuelta de las flotas, y tan cerca de la Habana, y tener ciento cincuenta leguas de costa, donde puede el enemigo hacer su entrada y poblacion, y donde es necesario haber mucha defensa, como siempre la ha tenido, con excesivo trabajo sin dejar parar alguna vez al enemigo. En cuya conquista y conservacion y defensa han hecho conocida ventaja los conquistadores y sus descendientes á todos los conquistadores de las Indias, Nueva-España y Perú, como siempre lo han confesado y confiesan: pues ellos con todo el cuerpo del ejército, y con saneada certidumbre de los grandes tesoros que por gran premio veian á los ojos y tenian en las manos, hicieron su conquista, y por ser tantos y no los poder todos gozar, llamaban á otros, en especial á los de esta provincia, que como arriba se refiere, por estar satisfechos era mayor servicio de S. M., lo menospreciaron y no quisieron desamparar esta conquista."

"Y á ellos se les repartieron luego las encomiendas gruesas que tuvieron, las cuales gozaron y gozan con quietud y sin cargos y repartimientos ni tener que ir á defender los puertos dos y tres veces cada año, y los conquistadores de esta provincia desamparados de todos la descubrieron y permanecieron conquistando palmo á palmo diez y seis años, y la han conservado hasta el dia á pura fuerza. Porque continuamente todas las guerras de Flándes, Inglaterra y Francia han caido sobre ella de cuarenta años á esta parte de ordinario. Porque todos los corsarios piratas, como esta provincia está tan metida en el mar en forma de isla, luego vienen á ella, y los mas años ha habido enemigos que infestan estas costas y mares, y se han llevado de estos muchos bajeles cargados de grana y haciendas de los mercaderes vecinos de esta ciudad. Y este año se llevaron y robaron cuatro navíos de la tierra, y tres que venian <310> sin haber un dia de descanso, como si fuera un presidio cerrado. Obligando siempre los Sres. gobernadores á los encomenderos á que vayan á la dicha defensa, cargando sobre ellos todo, y juntamente van los pretensores beneméritos por hacer nuevos servicios por su parte, para que les toque algun repartimiento."

"Y por esta causa cuanto tienen los hijos y nietos de los conquistadores, empeñandose el que no lo tiene, lo gastan y emplean con sus vidas en servicio de S. M. yendo siempre á su costa á servirle y defender esta provincia. Y costándole á S. M. tanto la defensa de la Habana, Santo Domingo, Puerto Rico y la Florida, en lo que tiene diputado y situado para ello, no se saca Di ha sacado por ningun riesgo y aprieto en que se haya visto, un real, siendo tan importante como todos ellos, sino que los encomenderos y pretensores van á su costa y mision. Y concurriendo á la necesidad pública, que es casi cada año, no aguardan á que les quepa, ni á que se les mande, sino que al primer rebato y llamamiento en oyendo las cajas, clarines y campanas, se ofrecen, y van, cargando sobre ellos y sus encomiendas todo el peligro. Demas de tener otras muchas costas por haber mandado S. M. se les eche repartimiento, que han tenido mas de cincuenta años para la fábrica de la santa iglesia, retablo, ornamentos, campanas, libros y otras cosas públicas, en que han gastado y pagado mas de ciento ochenta mil pesos de su parte, sin los que han gastado y gastan de ordinario en proveer de doctrina á los indios, y de darles todo lo necesario para las iglesias de sus pueblos. Con que los unos por una via, y los otros por otra, encomenderos y pretensores están en la última pobreza y empeño."

"Y cuando en premio de tantos servicios y méritos esperaban particulares y grandes mercedes y ayudas de su real caja, para defenderse de tanto número de enemigos como se van multiplicando al nombre de la grana, <311> que es fruto que solos los indios pueden beneficiar, y trataban de enviar persona que en nombre de todos lo suplicase á S. M. : su merced el Sr. gobernador, sin aguardar (como arriba se refiere) á informar á S. M. de tantas necesidades é inconvenientes, siendo mayor servicio que se encomendase, que meterlo en su real caja, de hecho metió la dicha encomienda de Sinanché, quitando á los beneméritos lo que tan suyo es y de derecho les pertenece, y sus majestades los Sres. reyes se lo tienen señalado por tantos títulos, cédulas y privilegios, habiendo el dia de hoy tantos por premiar, dejándoles á ellos y á sus hijos sin remedio alguno. Teniendo S. M. en su real corona muchos pueblos, como son S. Cristóbal, Sta. Lucía, Santiago, S. Juan, Tabuctzotz, S. Roman, Nunkiní, S. Antonio Sahcabchen, S. Lorenzo Ulumal, Suktok, Cauich, S. Márcos, Sta. Ana, Maní, que todos le pagan sus tributos, y otras rentas de almojarifazgos, alcabalas, oficios vacos y otros derechos, y sin suplir nada á los obispos."

"De mas de quince años á esta parte valen las rentas reales treinta y cinco mil pesos, y con pagar salarios y limosnas, sobró este año veinte mil pesos que se enviaron á España. Y se pagaron al adelantado por ejecutoria de S. M., en que le hizo merced de tres mil ducados en la caja, y tres mil en indios vacos, siendo la real hacienda al respecto de este valor los demas años."

"Y cuando no hubiera tanto como hay, fuera necesario traer situado, como se trae y señala para otras partes, aun no tan importantes como esta, y constándole de tantas necesidades, y tan contínuo trabajo y riesgo de las vidas; tuviera por bien de que se guardaran y cumplieran tantas mercedes y promesas, como por cédulas y sobre cédulas S. M. y sus antecesores, que están en gloria, han hecho á los conquistadores y sus descendientes, y mandara suspender el cumplimiento de esta dicha <312> real cédula, hasta que estuvieran cumplidas las dudas en favor de los susodichos."

"En consecuencia de todo lo referido, y por el mayor servicio de S. M., y por lo que toca á este cabildo de despoblarse esta ciudad, y quedar sin defensa contra tantos enemigos como de fuera vienen, y de dentro tienen domésticos entre tantos naturales, pues las Semanas Santas y Pascuas de Navidad guardan la ciudad las compañías españolas, de que no se puede tratar mas en público sin dar en inconvenientes. Con animos sencillos y fervorosos del servicio de S. M., desnudos de todo interes, y solo por el bien público y conservacion de esta ciudad, con aquella reverencia y acatamiento que deben como fieles vasallos, suplican de la dicha real cédula, por ser tan en perjuicio de las cosas referidas, y mas de S. M. Y acordaban y acordaron que Thomé de Rua, procurador general de este cabildo, suplique de ella mas en forma, expresando y alegando todas las causas que le pareciere convienen, y necesarias fueren, pidiendo cumplimiento de todas las mercedes franquezas que S. M. ha hecho á esta ciudad, conquistadores y descendientes para su conservacion, con que sean mantenidos sin nuevas imposiciones ni pensiones, pues se dieron en servicio de S. M. Y ademas del poder que tiene, como procurador general, y adquirió con la eleccion que en él se hizo, le dan poder y facultad de nuevo (si necesaria es) para que en nombre de este cabildo y ciudad, pueda hacer y haga todas las diligencias judiciales y extrajudiciales que convengan &c." Y prosiguen poniendo los requisitos que en semejantes poderes se acostumbran. Hízose este acuerdo de cabildo á trece de octubre de mil seiscientos veinte años. Todo esto le habian propuesto al gobernador Arias Conde de Losada, y no dió oidos á tantos inconvenientes; pero viviendo D. Diego de Cárdenas sucedió lo que queda dicho. <313>

LIBRO DIEZ

 

DE LA HISTORIA DE YUCATAN.

 

CAPITULO PRIMERO.

Alzánse pendones en Yucatan por el rey nuestro señor

D. Felipe Cuarto el grande.

Y gobierno de D. Diego de Cárdenas.

La vida y la muerte, como dependientes de la divina Providencia, suceden en los tiempos que tiene predeterminados la eterna sabiduría. En el presente que voy refiriendo fué nuestro Señor servido de llevar al eterno descanso de su gloria al rey D. Felipe tercero, señor nuestro, que segun su santa vida debemos piadosamente creer la gozo muy presto. Fué su muerte último dia de marzo de mil seiscientos veinte y un años, y el siguiente primero de abril dió noticia de ella nuestro rey y señor D. Felipe cuarto el grande, que Dios guarde dilatados siglos, así al gobernador de Yucatan como á los cabildos de la ciudad de Mérida y villas, para que como leales vasallos cumpliesen con las obligaciones debidas á ámbos reyes, difunto y viva. Salió el aviso de España con ellas, y fuéron recibidas y obedecidas en Mérida á veinte y ocho de julio del mismo año. La cédula que venia para la ciudad, era dirigida al consejo y justicia de la villa de Valladolid, que juzgo fué yerro del que la escribió no titularla al de la ciudad de Mérida, <314> porque en el libro de cabildo de ella se copió y se mando leer como en cabecera (dicen) de esta gobernacion, donde asiste el gobernador, y donde se acostumbran hacer semejantes ceremonias y demostraciones, la cual decia así:

"EL REY. Consejo, justicia, caballeros, oficios y hombres buenos de la villa de Valladolid de Yucatan Habiendo sobrevenido al rey mi señor y padre una grave enfermedad, y recibido los Santos Sacramentos, ha sido nuestro Señor servido de llevarle para sí á los treinta y uno del pasado, mostrando en la muerte, como en la vida, su ejemplar cristiandad. Y como quiera que mediante esto se puede tener piadosamente por cierto que nuestro Señor le tiene en su santa gloria, quedamos yo y la reina, é infantes mis hermanos, con la pena y desconsuelo á que tan gran pérdida obliga: ciertos de que vosotros y todos esos reinos terneis el que debeis como tan buenos y leales criados y vasallos. Y aunque su grande y ejemplar cristiandad, prudencia y experiencia no puede dejar de hacer mucha falta: espero en la misericordia de Dios, que como causa tan propia suya, me dará las fuerzas necesarias, y conforme á mi deseo para que imitando á tal abuelo y padre, pueda cumplir con mis obligaciones, habiéndole sucedido en estos reinos y señoríos de la corona de Castilla y Leon, lo á ellos anexo y determinante en que se incluyen esos estados de las Indias. Y confiado de que cumpliendo con vuestra obligacion, y correspondiendo á todo lo tocante á mi servicio, cumplimiento de mis órdenes y mandatos, como de vuestro verdadero rey y señor natural: os encargo y mando que luego que esta recibais alceis pendones en mi nombre, y hagais las otras solemnidades y demostraciones que en semejantes casos se requiere y acostumbra, como lo confio de vosotros. Teniendo por cierto que con particular cuidado mandaré mirar por todo lo que os tocare para haceros bien y merced en lo que <315> fuere justo, manteniéndoos en paz y justicia. De Madrid á primero de abril de mil seiscientos veinte y un años. Yo el rey. Por mandado del rey nuestro señor. Pedro de Ledesma."

Porque habiendo muerto el rey cesase la duda que podia resultar sobre si el gobernador que era á la ocasion habia de gobernar, libró S. M. otra real cédula confirmando el gobierno indiferentemente al gobernador que en él estuviese por estas palabras. "Y para que vos lo podais hacer en lo que os toca, conforme á la confianza que S. M. hizo de vuestra persona, tengo por bien que por el tiempo que fuere mi voluntad, y entretanto que no ordenare otra cosa, useis y ejerzais vuestro oficio, conforme al título que teneis de él, teniendo mucho cuidado con la administracion de la justicia, bueno y breve despacho de los negocios, tratamiento y conservacion de los naturales de esa provincia, en que cumpliendo con vuestra obligacion yo me terné por servido. De Madrid, &c." Habia yá intimado el gobernador esta cédula á catorce de aquel mes de julio (en que se recibió la referida ántes) al cabildo de la ciudad, que la obedeció con toda reverencia, y admitió de nuevo al gobernador en nombre de S. M. Recibida por el cabildo su cédula especial y obedecida, como se debia, sin salir de aquel cabildo se decreto la ejecucion de ámbas cosas, para que se hiciesen con la mayor suntuosidad posible. No he hallado escrito alguno que diga el dia en que se alzaron pendones en la ciudad por el rey nuestro señor, que Dios guarde; pero en la villa de Valladolid se puso en ejecucion esta solemnidad dia domingo veinte y nueve de agosto de aquel mismo año de mil seiscientos veinte y uno.

El rey nuestro señor D. Felipe Tercero, que esté en gloria, habia dada el gobierno de Yucatan á D. Diego de Cárdenas, caballero del órden de Santiago, y hermano <316> del Excmo. Sr. conde de la Puebla, y no he hallado escrito que diga donde, ni en qué dia le hizo la merced, porque su título no está copiado en el libro de cabildo, ni tampoco el dia de su recibimiento, que no alcanzo cuál fuese la causa de esta omision; pero por el dicho libro consta que á primero de setiembre de aquel mismo año de mil seiscientos veinte y uno, tuvo el cabildo de Mérida carta suya, escrita en Campeche, por la cual daba noticia como yá estaba en aquella villa. Llegó á la ciudad en aquel mes de setiembre, y gobernó á Yucatan hasta quince de setiembre de mil seiscientos veinte y ocho años. Tuvo por su teniente general de esta gobernacion cuando llegó á ella al licenciado D. Antonio Fernández Triviño (que lo habia sido del gobernador antecedente Francisco Ramirez Briseño) hasta que á diez y seis de setiembre del año siguiente de veinte y dos, hizo renunciacion del oficio, por cuya causa fué nombrado para él el licenciado Juan Diaz Flórez, abogado de la real audiencia de Canarias, y admitido aquel dia por el cabildo. Cuando llegó á Mérida D. Diego de Cárdenas, tuvo alguna repugnancia para ser recibido al gobierno por parte de su antecesor, que decia deber gobernar, y que esto era la voluntad de S. M., fundando su intencion en aquellas palabras de la cédula referida. "Y entre tanto que no ordenare otra cosa, useis y ejerzais vuestro oficio, conforme el título que teneis de el &c." Y que esta cédula era de S. M. nuevamente sucedido en el reino, y el título de D. Diego de Cárdenas era del rey yá difunto, y que así este otro órden, como posterior, debia observarse. No obstante, el cabildo le recibió por gobernador, y lo fué el tiempo que se ha dicho.

El gobierno de este caballero fué muy apacible, y en su tiempo gozo esta tierra de mucha paz y tranquilidad. fué muy amado de todos los vecinos de ella, por que hizo cuanto bien pudo á todos. Favoreció mucho <317> la necesidad de doncellas nobles y virtuosas pobres, descendientes de conquistadores, dándoles de las rentas que vacaban de los indios, con que se casaban honradamente, y demas de esto á muchas ayudó con limosnas considerables que para el mismo efecto les daba de su hacienda. Tuvo gran caridad con pobres personas honradas que por verguenza no pedian limosna á las puertas de los vecinos. Tanta habia sido su caridad con los pobres, que la noche ántes que salió de esta ciudad para volverse á España, se juntaron muchos en su casa á despedirse de él con notable sentimiento de la falta que les habian de hacer sus limosnas. Consoló á todos, y dioles cuanto dinero le habia quedado en los bolsillos, y no alcanzando, se quitó una cadena de oro que tenia al cuello de valor de mas de trescientos pesos, y con su daga la fué cortando en pedazos de á cinco ó seis pesos de valor cada uno; y eran tantos los pobres, que no le quedó eslabon en las manos, repartiéndola toda. Fué gran venerador del estado eclesiástico y devotisimo de nuestro santo hábito y religion, que hoy dia conservan los religiosos la memoria y agradecimiento del agrado que en él hallaron siempre, y amparo en los trabajos y necesidades que se les ofrecian.

Al año siguiente de como entró en este gobierno, vino el doctor Diego de Porras Villerías á recibir la residencia de los gobernadores Francisco Ramirez Briseño, y Arias Conde de Losada. Despachóle el Excmo Sr. D. Diego Carrillo de Mendoza Pimentel, marques de Gelves y conde de Priego virey de la Nueva-España, en virtud de cédula que tenia (dada en Madrid á último de diciembre de mil seiscientos veinte años) para señalar persona que la recibiese. Presentó el juez de residencia la real provision que para ella traia al cabildo de la ciudad de Mérida á cinco de marzo de aquel año de veinte y dos. Obedecióse con toda reverencia, pero aunque pidió al gobernador le recibiese al uso y ejercicio <318> de su comision, solamente respondió que lo veria. Pasó esto á término que el dicho Sr. virey escribió á S. M. esta repugnancia, y por cédula de veinte y cuatro de abril del año siguiente de veinte y tres, le respondió: Que si la residencia no se habia ejecutado con la dicha comision, la diese de nuevo para que se tomase, y que si lo estaba se remitiese al consejo. Y si por razon de esta repugnancia habia multado al gobernador en alguna pena pecuniaria, no la ejecutase, y si la habia exhibido, se le volviese libre y sin cosas sin dilacion alguna.

El mismo año de seiscientos veinte y dos, habiendo venido cédula real de veinte y ocho de junio del año antecedente, en que manifestaba su majestad las graves necesidades de la monarquía por las guerras que tenia con herejes, turcos y moros, junta el cabildo de la ciudad á diez y nueve de agosto, reconociendo el título de muy noble y muy leal por merced singular, en manifestacion del agradecimiento con que estaba determinó que de los pocos bienes que tenia se diesen á su majestad dos mil pesos de oro comun. El gobernador donó para el real servicio un mil pesos de la misma renta que su majestad asignaba por servir el gobierno, y el resto del cabildo donó novecientos y cincuenta pesos de sus bienes. Todos los demas encomenderos y vecinos de esta tierra acudieron al servicio del rey, con lo que alcanzó su posible, que he oido decir llegó todo junta á ser cantidad considerable, aunque no he hallado persona que me dé razon de ella con certidumbre. <319>

 

CAPITULO SEGUNDO.

Reduccion de unos indios hecha por el padre Fr. Diego Delgado,

á quien mataron los itzaes y á unos españoles, y la causa.

Opuestos dictámenes se experimentan cada dia en el sentir humano acerca de una misma materia, y los hallamos en la presente, pues habiendo repugnado tanto el gobernador Francisco Ramirez Briseño dar ayuda á los religiosos para ir á la conversion de los itzaes, diciendo que no se sabia si pareceria mal en el consejo sucediendo algun caso adverso; gobernando ahora D. Diego de Cárdenas, no solo intentó la entrada pacifica con la predicacion del santo evangelio para que habia licencia expresa, dada por cédula y sobre cédula, sino tambien la violenta de las armas, que expresamente se prohibió á los gobernadores D. Cárlos de Luna y D. Antonio de Figueroa. La causa que dió principio á ello fué esta. Habiendo visitado la provincia el muy R. P. Fr. Diego de Otalora, padre de la de Santiago y comisario general de la Nueva España, celebró capítulo en Mérida á veinte y cuatro de enero de mil seiscientos veinte y un años. Salió electo provincial R. padre Fr. Garcia de la Barrera, hijo de la santa provincia de Andalucía, y difinidores los RR. PP. Fr. Francisco de Pina, Fr. Rodrigo de Segura, Fr. Juan Coronel y Fr. Francisco de la Parra. Fué electo custodio el R. P. Fr. Francisco Gutierrez, lector de teología. A once de junio del mismo año murió el R. P. provincial, y así fué electo vicario provincial el R. P. difinidor Fr. Francisco de la Parra, que absolvió el trienio de este provincialato. Habiéndose celebrado el capítulo, pidió licencia al padre provincial el P. Fr. Diego Delgado, natural de la villa del Pedroso, y hijo de la santa provincia de Los Angeles, para ir á reducir muchas almas <320> que fugitivas por los montes estaban separadas de la comunicacion de los fieles, y aun se tenia por cierto idolatraban en compañia de los gentiles que en otra parte se ha dicho. Concediósela el provincial, y obtenida la presentó al gobernador Arias Conde, que, como se ha dicho, gobernaba interino, y ántes de despacharse llegó de España D. Diego de Cárdenas, con que hubo de presentarle la licencia para ir con su beneplácito. Túvolo por bien el gobernador, y como tan gran caballero le concedió cuantos despachos previno el P. Fr. Diego para la ejecucion de su buen deseo.

Fué con ellos al convento de Jecelchacan por ser los indios de aquel pueblo muy cursadores en los montes, y algunos de los sacristanes y cantores se ofrecieron á ir en su compañia, con que no solo le dió nuestro Señor guias que le llevasen, sino tambien ministros que le ayudasen á celebrar el santo sacrificio de la misa. Sabiendo el viaje del padre Fr. Diego los indios de la Sierra, tambien se le ofrecieron algunos con deseo de acompañarle. Juntos unos y otros se entró por las montañas al media dia de esta tierra, y hallando en ellas muchos indios fugitivos que vivian rancheados en diversos sitios sin policía ni Sacramentos, los fué congregando y llevó á los montes que llaman de la Pimienta. Formó pueblo con ellos en el sitio donde estuvo el que se llamó Sacalum, cuando el padre Fr. Juan de Santa Maria pobló las guardianías que se dijo en el libro octavo que despues se perdieron como yá se vió. Paso el padre Fr. Diego por nombre al pueblo S. Felipe y Santiago de Sacalum. Llevaba autoridad del gobernador D. Diego de Cárdenas para nombrar justicia y regimiento en cualesquiera poblaciones que formase, y así en nombre de S. M. y de su gobernador, hizo nombramiento de cacique, alcaldes, regidores y demas oficiales que pide el gobierno de una república, en la nueva de Sacalum, para que viviesen en policía <321> y servicio de las majestades divina y humana, y luego dió noticia al gobernador, pidiéndole que confirmase el nombramiento hecho.

Mucho gusto tuvo el gobernador y toda esta tierra con la buena nueva. Esta alentó el ánimo del capitan Francisco de Mirones, que era juez de grana del territorio de la Costa, para entrar desde allí á conquistar con armas á los itzaes, por la comodidad que la cercanía de aquel paraje ofrece para cualquiera faccion que se intentase. Comunicado con el gobernador, le pareció bien la entrada, y asentaron capitulaciones de la forma que en ella se habia de observar, en el ínterin que remitiéndolas al supremo consejo de las Indias, ó S. M. en el las confirmase, ó enviase el órden mas conveniente para reducir aquella gente á la ejecucion de la obediencia, que ya con toda solemnidad dos veces le habian prometido. Publicada la capitulacion (de que no he hallado escrito para dar aquí razon de ella) levantó bandera el capitan Francisco de Mirones, y habiéndose alistado hasta cincuenta soldados españoles, salió de la ciudad con ellos á aguardar el resto de los que se iban juntando en Oxkutzcab, pueblo de la Sierra. Ocasionó el viaje por aquella parte el discurso de un piloto, que le dijo al capitan que desde aquel pueblo tenia demarcada la altura del Itzá y de Yucatan, y hallaba que via recta, ó medido por el aire, habia no mas de ochenta leguas, con que se acortaba mas de la mitad del camino. Creyólo el capitan, y así habiendo dejado en Mérida su poder al contador Juan de Eguiluz, para que se prosiguiese leva de gente, salió del pueblo de Oxkutzcab, abriendo nuevos caminos de montes y bosques espesísimos, lagunas y pantanos, tierras estériles y faltas de agua en muchas partes, con que no solo para los indios que los abrian fué trabajosísimo, pero aun para los españoles fué muy penoso. Vencieron estas dificultades, y llegaron al pueblo de Sacalum, donde estaba yá de asiento <322> el padre Fr. Diego Delgado. Hizo alli alto el capitan y asiento de plaza de armas, para guardar la demas gente de que se quedaba haciendo leva en Mérida, para en llegando comenzar juntos la conquista.

No se dispuso la salida de los soldados de la ciudad con la presteza que entendió el capitan Francisco de Mirones, y así se le pasó todo aquel año de seiscientos veinte y dos esperándolos en el pueblo de Sacalum. En este tiempo no advirtiendo que aquellos ir, dios eran gente de nuevo reducida, y que era conveniente no tratarlos con la opresion que por acá muchos los tratan, se dió á tener tratos y contratos de granjería con ellos en cosas de que no gustaban, con que comenzaron á exasperarse. Viéndolo el padre Fr. Diego, y pareciéndole que no era modo aquel para conservarse con los indios, le rogó al capitan que cesase en aquellos tratos, pues el tiempo de conquista no lo era de mercancías. Que le parecia estar los indios muy disgustados, y que de ello podria resultar inconveniente para pasar adelante en lo comenzado. No pudo el padre Fr. Diego negociar cosa alguna con el capitan, ántes cada dia iban mas en aumento sus granjerías y otras cosas, con que se inquietaban mas los indios. Disgustados sobre esto el capitan y religioso, andaban yá en lo público declarados. Confirmaron los indios su inquietud con llegar nueva como el capitan Juan Bernardo Casanova estaba en el pueblo de Maní, para marchar con otros cincuenta soldados á juntarse en Sacalum con el capitan Francisco de Mirones.

Era yá entrado el año de mil seiscientos veinte y tres cuando esto sucedia, y no pudiendo concordar el padre Fr. Diego con el capitan Mirones por las vejaciones que se hacian á los indios, las cuales no podia remediar, escribió al padre provincial dándole noticia de lo que pasaba, y pidiendo le declarase si debia ó <323> era su voluntad estuviese con el capitan y sujeto á sus órdenes, sucediendo lo que le referia. Respondióle el provincial que pues la entrada á los itzaes con armas ; y soldados estaba prohibida por el rey, que miéntras su majestad y su real consejo de las Indias no determinaban otra cosa, que no hallaba razon para obligarle á estar sujeto á las órdenes del capitan, pues procedia contra voluntad expresa del rey. Que pasando lo que decia, Si no podia remediarlo, que hiciese lo que Dios le inspirase en órden al bien de las almas de los indios Esta respuesta fué escrita de mano del R. padre Fr. José Narvaez (hoy padre de esta provincia, y entónces compañero del provincial) que me dió por escrito razon de estos sucesos. Habiendo recibido el padre Fr. Diego esta respuesta, determinó (aunque con secreto) dejar al capitan Mirones, y pasarse á los indios itzaes. Así lo ejecutó, no faltándole los mas de los indios que con él salieron de Jecelchacan. Dirigió su viaje al pueblo de Tepú, donde estuvieron los padres Fuensalida y Orbita, y aunque con mucho trabajo, por montes sin caminos, le llevaron allá sus indios. El capitan Mirones hallando menos al padre Fr. Diego, y sabiendo el camino que llevaba, envio doce soldados con su cabo llamado Fulano de Acosta que le alcanzasen y persuadiesen á volver á su compañía, y no queriendo le siguiesen donde fuesen. Antes de llegar á Tepú le alcanzaron, pero como no quisiese volver le acompañaron hasta el pueblo.

Desde él escribieron al capitan la resolucion del padre Fr. Diego, y se quedaron en su compañía, porque llevaron órden que no le desamparasen, y debió de ser sin duda con buen celo, porque viéndole con aquella compañía no se le atreviesen los indios. Luego enviÓ el padre Fr. Diego á decir á los itzaes cómo estaba allí, y queria pasar á verlos. Ofrecióse á llevar la embajada el cacique D. Cristóbal Ná, el que fué con los padres <324> Fuensalida y Orbita, como yá se dijo. Llegó, y informados los itzaes de los pocos españoles que con el padre Fr. Diego quedaban, le dieron licencia para ir á su isla. Hizo el cacique (habiendo vuelto con la respuesta) el matalotaje para todos, y llevó consigo ochenta indios de su pueblo para ayudar á llevar el bagaje de los españoles. Llegaron á la laguna, y en descubriéndolos, les enviaron canoas en que pasasen, y al salir á la isla los recibieron de paz, sin señal de sentimiento contrario alguno. Todo esto fué fingido, porque teniéndolos asegurados, dieron todos los del pueblo sobre los soldados españoles y indios que fueron de Tepú y sin poderse defender (que segun esto estaban sin armas, descuido bien culpable pues no habia seguridad de que fuesen amigos de veras, ántes sí experiencia de lo contrario,) los maniataron y juntamente con ellos al P. Fr. Diego. Luego sin dilacion mataron á los españoles y indios de Tepú, ofreciendo los corazones acabados de arrancar á sus ídolos. Las cabezas de todos clavaron en unas estacas, y las pusieron en un cerrillo á vista y cercano de todo el pueblo. Despues sacaron al P. Fr. Diego, y le dijeron que le mataban por que habia ido con aquella gente (alevosía atroz, pues fueron con licencia suya) y porque los religiosos que habian ido ántes que el, les quebraron su ídolo y les quitaron sus dioses. Esto se dice que decian por unos ídolos que el P. Fuensalida llevó á Mérida de la primera vez que estuvo con ellos; pero en su relacion, (que como he dicho la hizo debajo de precepto de obediencia,) no dice haberles quitado ídolos, sino que ellos le dieron algunos. Lo primero fué abrir los pechos al P. Fr. Diego y sacarle el corazon, y ofreciéndole á los ídolos en recompensa y satisfaccion del ultraje que decian haberles hecho los otros religiosos. Hasta aquel punto estuvo con valeroso espíritu predicándoles, y despues hicieron piezas todo su cuerpo, y la cabeza pusieron <325> en una estaca con las otras en el cerrillo. Este dichoso fin tuvo el P. Fr. Diego Delgado por el mes de julio del año de mil seiscientos veinte y tres; no he hallado certidumbre del dia, y seria, segun dicen, de cuarenta años de edad á lo que parecia. Tambien el buen cacique de Tepú por último perdió la vida en esta ocasion en demanda de la conversion de aquellos infieles, siendo la tercera vez que acompañaba á los religiosos, porque se puede entender le habrá premiado nuestro Señor con la gloria.

 

CAPITULO TERCERO.

Intentado conquistar con armas á los itzaes,

matan en Sacalum á los españoles

y al padre Fr. Juan Henriquez, y la causa.

El tiempo que pasó en suceder lo referido en los itzaes, no habia tenido el capitan Mirones mas noticias que haberle escrito sus soldados desde Tepú la determinaciOn con que estaba el padre Fr. Diego de pasar á ellos. Por saber qué fin habia tenido, envió dos españoles y un indio ladino criado suyo, llamado Bernardino Ek, que les sirviese de lengua y guia. Ordenóles que habiendo pasado el padre Fr. Diego á los itzaes, fuesen allá, y si aquellos indios estaban de paz, se quedasen, y con otros de por acá le diesen razon del estado en que aquello estaba. Salieron de Sacalum, y llegando á Tepú supieron cómo ya los compañeros y el padre Fr. Diego estaban en los itzaes. Ignorando lo que les habia sucedido, pasaron hasta la playa de la laguna, y haciendo fuego señalaron habia quien pidiese pasaje. <326> A la señal del humo vinieron de la isla con canoas, y acercándose á la ribera, como reconocieron ser tres no mas, los recibieron en ellas, y pasaron á la isla. En saliendo á tierra los maniataron y metieron en un corral hecho de fuerte palizada, donde los tuvieron dos dias. Al tercero vinieron muchos indios con arcos y flechas, y con gran vocería los llevaron por el pueblo, y luego al cerrillo donde tenian estacadas las cabezas del padre Fr. Diego y los demas, volviéndolos á la palizada para sacrificarlos al otro dia. Quedaron cercados aquella noche de indios, que con gran regocijo estuvieron bailando y idolatrando, bebiendo sus brebajes, con que embriagados unos y cansados otros, se quedaron dormidos. Oyendo esta quietud los presos, les dijo el indio Bernardino Ek que seria bueno huirse, pues podian, y forcejó tanto con sus ligaduras, que se desató á si y á los dos españoles. Salió primero el indio y quedose cerca á aguardarlos, pero aunque forcejaron no pudieron subir la palizada, por tener las manos casi desgobernadas de las ligaduras, y el uno llegando ya al remate resbaló cayendo dentro del corral. Al ruido que hizo con el golpe, se alteraron las guardas y dieron grandes voces, que oyéndolas el indio Bernardino Ek, se entró en una mala canoa que hallo en la playa, y bogando con un canalete, como quien huia de tal peligro, aunque le sintieron y siguieron por la laguna, despues, salido á tierra, se les escondió y fué á dar á Tepú. Pasó á la villa de Salamanca de Bacalar, donde refirió lo que le habia sucedido, y recibiendo el alcalde su declaracion jurídica para remitirla al gobernador D. Diego de Cárdenas, le despacharon á Sacalum por el riesgo que amenazaba á los españoles que allá estaban, á quienes cuando llegó dió relacion de lo que se ha dicho. Los españoles se quedaron allá, que los debieron de sacrificar, como á los antecedentes, por que nunca parecieron. <327>

Luego que le faltó al capitan Mirones el padre Fr. Diego Delgado, escribió al contador Juan de Eguiluz, su agente en Mérida, quejándose de la accion, y pidiendo solicitase con el provincial les enviase otro religioso que les dijese misa y administrase los Santos Sacramentos. Consiguióse que fuese el padre Fr. Juan Berrio, hijo de la santa provincia de Castilla, que llegando allá, y habiendo estado como quince dias no conviniendo con las acciones del capitan y soldados, sin decirles cosa alguna se vino á la presencia del provincial, que informado de lo que pasaba dió por buena su venida. Quejóse segunda vez el capitan al contador, y pidió como la primera otro religioso. Rehusábalo el provincial por lo sucedido con los dos que habian ido. Pedia que por defecto de no haber religioso, le diese el obispo un clérigo; pero su señoría, que sabia lo que pasaba, debió de juzgar por mas conveniente que fuese religioso, y así no asignando clérigo, instó tanto con el provincial, que dió dos religiosos que se ofrecian al viaje. Estos fueron el padre Fr. Juan de Loaisa, criollo de esta ciudad de Mérida y peritísima lengua de los indios, y el padre Fr. José Narvaez (ya nombrado) criollo de México y hijo de esta santa provincia. Iban ambos á la obediencia del padre Fr. Diego Delgado, comisario que era de aquella conversion, porque no se sabia aún su dichoso tránsito de esta vida. Presentaron estos dos religiosos su nombramiento al contador Juan de Eguiluz, que puso alguna dilacion en despacharlos y darles el avío necesario.

En este tiempo se ofreció á ir del todo voluntariamente el padre Fr. Juan Henriquez, natural de la ciudad de Cádiz, hijo legítimo de D. Juan Henriquez de Várgas y de Da. Ines de Várgas en lo natural, y en la religion del convento de Mérida de esta santa provincia, donde recibió nuestro santo hábito el año de mil seiscientos y quince. Una ocasion bien leve fué motivo <328> de que hiciese este viaje, y porque se vean los medios tan pequeños con que la Divina Providencia dispone á sus siervos algunas veces para conseguir la gloria de las acciones mas heróicas, referiré la que tuvo el padre Fr. Juan para pedir esta licencia. Mandóle la obediencia que fuese hospedero del capítulo provincial, y suele ordinariamente la provincia dar al que lo es una de sus guardianías, siendo ministro idóneo. Eralo el padre Fr. Juan, y no se la dieron, con que quedó disgustado porque no la desmerecia, aunque no hubiera tenido aquella ocupacion en servicio de todo el comun. Esto se dice fué la causa para pedir la licencia, pero sin duda fué órden superior que le llamaba Religioso hubo que viéndole ir le dijo: vaya, padre Fr. Juan, en buen hora. Qué sabe si Dios le tiene guardada toda su gloria detras de esas sierras, y por el fin que tuvo, podrá conocerse. Obtenida licencia y con la bendicion de su prelado salió de la ciudad de Mérida habiéndose encomendado á Dios con veras de su corazon. Dispuso su conciencia para todo riesgo que contra esta vida mortal le podia suceder, porque conoció iba con peligro de no volver, segun el padre Fr. Juan Berrio habia dicho quedaban los indios de Sacalum exasperados con el proceder del capitan y los soldados que allá estaban. Finalmente llegó á Sacalum y fué recibido con mucho gusto de todos.

En el ínterin que esto pasaba, habian remitido de Bacalar al gobernador D. Diego de Cárdenas la declaracion que el indio Bernardino Ek habia hecho de lo sucedido en los itzaes con el padre Fr. Diego Delgado y españoles que con él fueron, y lo que al mismo indio y á los dos españoles habia acaecido. Dió al gobernador mucho cuidado, así las muertes de los referidos, como el peligro del capitan Mirones y sus soldados, estando tan cercanos. Aprobó que hubiesen despachado desde Bacalar á Sacalum al indio Bernardino <329> Ek, para que él mismo dijese el suceso al capitan y soldados, y dió órden que el capitan Juan Bernardo Casanova marchase á toda prisa del pueblo de Maní, donde estaba, á juntarse con ellos. Pidió al provincial los acompañase el padre Fr. Juan Fernández, religioso lego, por ser persona de mucho valor gran soldado que lo habia sido muchos años en la Florida, para que si fuese necesario se aconsejasen con él, confiando mejor suceso guiada la materia por su mucha práctica y experiencia. Concedió el provincial que fuese el padre Fr. Juan Fernández, y él se puso en camino luego para Maní á salir juntamente con la marcha de los soldados, como la obediencia le ordenaba.

Antes que pudieran despacharse de Maní los que habian de ir, llegó el indio Bernardino Ek á Sacalum y á la presencia del capitan Francisco de Mirones. Refirióle todo lo sucedido en los itzaes, y no solo no le dió crédito, si no que le atormentó entendiendo que le engañaba. Con esto y con la noticia que yá tenian los de Sacalum, acabaron de confirmarle en su mal proposito, aunque de suerte que no llegaron los españoles á recelar novedad alguna. Dia de la Purificacion de la Madre de Dios, á dos de febrero de mil seiscientos veinte y cuatro años, se fueron el capitan y soldados á la iglesia con menos armas defensivas que pudieran en la ciudad de Mérida (cuántas desdichas han ocasionado imprudentes y demasiadas confianzas) dejando un solo soldado que hiciese posta, y cuidase de las armas. Hallaron los indios á propósito la ocasion para la ejecucion de su intento, fueron al cuerpo de guarda, y maniatando al soldado de posta, se hicieron señores de todas las armas. De allí fueron todos pintados los rostrOs (que así no es posible conocerlos) á la iglesia con gran grita y algazara, y como los españoles estaban sin armas defensivas ni ofensivas, los prendieron los indios como á unos tristes desdichados. <330> Aún no habia acabado la misa el padre Fr. Juan Henriquez, y sospechando del rumor lo que era, consumió las especies sacramentales, y arrimado al altar volvió el rostro al pueblo á tiempo que iban amarrando á los españoles para matarlos. Entónces dijo el padre Fr. Juan al que capitaneaba á los indios, que era un sacerdote de sus ídolos llamado Ah Kin Ppol, que les diese lugar á morir como cristianos y los dejase confesar. Hiciéronlo todos, diciendo á voces sus pecados, y luego el Ah Kin Ppol se fué para el capitan Francisco de Mirones (que estaba atado á uno de los horcones de la iglesia, que son los pilares de las cubiertas de paja, al lado de la epístola) y quitándole la daga que tenia en la cinta, le dió con ella tan gran puñalada sobre el pecho, que abrió boca por donde metiendo la mano le arrancó el corazon, y de la misma forma fué haciendo con los demas.

En el interin otros indios habian amarrado al padre Fr. Juan revestido como estaba á otro horcon enfrente del capitan, al lado del evangelio, y los indios querian soltarle, dejándole vivo; pero el sacrílego yá Ah Kin Ppol, sin decir cosa alguna, se acercó á él y le dió otra puñalada como al capitan, arrancándole el corazon del cuerpo. No cesó hasta este punto de predicarles con gran espíritu la impiedad que cometian en aquellas muertes, y los errores de sus idolatrías, como testificaron despues muchos de los delincuentes, que fuéron presos y castigados. Los cuerpos del padre Fr. Juan y capitan echaron en una hoya de tierra blanca, dejándolos allí. A los demas llevaron á la cruz del camino por donde habian de venir los otros españoles, y los dejaron clavados cada uno en una estaca, y despues quemando el pueblo y iglesia, se huyeron á los montes.

De allí á tres dias, caminando para allá los soldados que iban de Maní, encontraron unos indios con }a mula en que habia ido el padre Fr. Juan Henriquez, y <331> engañaron á los españoles diciendo que los enviaba á Mérida por vino y otras cosas, con que los dejaron pasar. Arrepintiéronse despues, y volviendo á buscarlos, no los hallaron; con que recelando algun mal, se adelantó el padre Fr. Juan Fernández con dos soldados. Hallaron en Sacalum aquel miserable espectáculo, y volvieron á dar noticia de él al capitan Juan Bernardo, que yá estaba una jornada del pueblo. Llegando juntos á él, dieron sepultura á todos los cuerpos en la hoya donde estaban los del religioso y capitan Mirones, y se volvieron á la ciudad de Mérida. Este desdichado fin tuvo aquella conquista tan á los principios de ella. Ocasionóle la codicia, queriendo tratar aquellos indios, nuevamente reducidos por el padre Fr. Diego Delgado, con la opresion que algunos comerciadores de los gobernadores, á quien los indios llaman jueces (y este capitan lo era de la costa) suelen tratarlos. A muchos de los agresores prendió despues un capitan indio llamado D. Fernando Camal, habiendo entrado por aquellos montes á buscarlos, y fueron castigados por via jurídica. Murió el padre Fr. Juan Henriquez de cuarenta y dos años de edad y nueve de religion, y su matador Ah Kin Ppol ahorcado en Mérida sin querer confesarse para morir.

COGOLLUD.TM2 Continued
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