Enlaza con Figura antropomorfa de barro de la tradición de las "tumbas de tiro" que representa un individuo cornudo con un objeto en la mano (Colima). Eduardo Williams
El Antiguo Occidente de México: Un Área Cultural Mesoamericana
 

El Imperio Tarasco Dentro del Sistema Mundial Mesoamericano

El concepto del "sistema mundial" aplicado a Mesoamérica (Blanton et al. 1981; Blanton y Feinman 1984; Peregrine 1996; Smith y Berdan 2003; Kepecs et al. 1994) se refiere a entidades políticas y socioeconómicas que por definición abarcan no solamente grandes territorios, sino también una serie de sistemas sociales interrelacionados que muchas veces constituyen civilizaciones por derecho propio. Desde el Occidente en un extremo de Mesoamérica hasta el área maya en el otro, hubo congruencia y un cierto grado de continuidad, aunque también pueden observarse importantes contrastes sociales y culturales. Las interacciones dentro del sistema mundial fueron tan intensas que se volvieron de naturaleza simbiótica. La estructura más importante – aunque ciertamente no la única – que mantuvo unificada a la antigua Mesoamérica fue el intercambio (a través del comercio, el tributo y la entrega de regalos) de recursos básicos o escasos. El carácter y la intensidad de estas relaciones son lo que define a un sistema mundial, no los aspectos específicos de la organización cultural (Williams y Weigand 2004) (Figuras 57, 58, y 59).

El Estado tarasco formó parte del sistema mundial mesoamericano, interactuando con otros pueblos de la superárea cultural principalmente a través del comercio. En vista de la gran diversidad ecológica y geográfica de Mesoamérica, el intercambio de productos entre varias regiones fue algo indispensable desde los tiempos más tempranos, ya que ninguna región tenía todos los recursos necesarios para la supervivencia. Las diferencias más notables eran entre las húmedas tierras bajas y las áridas tierras altas (Blanton et al. 1981; Sanders y Price 1968). La extracción de impuestos a través de la conquista de pueblos, así como el comercio, funcionaron desde tiempos tempranos como mecanismos para el intercambio de gente, de información y de bienes entre regiones, en condiciones de fronteras dinámicas y mal definidas entre distintos sistemas sociales (Blanton et al. 1981: 60).

Los mercados regionales también jugaron un papel importante en la economía mesoamericana. En estos mercados podían encontrarse todo tipo de bienes de comercio, desde los mundanos hasta los exóticos. Algunos mercados regionales llegaron a volverse famosos por vender ciertos productos en particular (Hassig 1985: 110). De hecho, el intercambio a larga distancia era una de las actividades económicas más importantes para los Estados mesoamericanos. Esta actividad estaba íntimamente relacionada con el imperialismo, pues los bienes suntuarios tuvieron un papel sociopolítico importante entre las sociedades prehispánicas. El intercambio de bienes de lujo entre las elites del Postclásico tuvo un efecto integrador al alentar la comunicación entre regiones y la estratificación social (Smith 1990: 153-163) (Figuras 60, 61, y 62).

La "economía mundial" mesoamericana estaba basada principalmente en el intercambio de bienes que se consideraban preciosos, y el flujo de estos productos estaba cargado de implicaciones políticas y económicas. Sin embargo, este flujo no puede explicarse enteramente en términos de los deseos de la elite de consumir tales bienes exóticos. Los elementos de lujo con frecuencia tuvieron un papel importante para la acumulación de poder por las elites, a través del control de la redistribución de símbolos de estatus (Blanton y Feinman 1984: 676).

Entre los tarascos el comercio a larga distancia fue un mecanismo institucional por el cual los bienes fluyeron hacia la capital imperial. Los comerciantes a larga distancia estaban auspiciados por el Estado, y su función era obtener bienes escasos o recursos estratégicos que podían encontrarse en los rincones remotos del imperio, o incluso más allá de sus fronteras (Pollard 1993: 119). Entre estos bienes suntuarios estaban los siguientes: cacao, pieles de animales, conchas marinas, plumas finas, turquesa, peyote, cristal de roca, serpentina, ámbar, pirita, jadeita, oro, plata, copal, obsidiana verde, roja y esclavos (Pollard 2003, 1993: 119) (Figuras 63, 64, y 65).

Los mercaderes a larga distancia viajaban regularmente hasta los límites del territorio tarasco, incluyendo Zacatula en la costa del Pacífico y Taximaroa en la frontera con los aztecas (Pollard 2000: 171). Las rutas de comercio durante el Postclásico eran bastante extensas, atravesando todo el territorio mesoamericano. Los pochteca (comerciantes aztecas a larga distancia), por ejemplo, viajaban regularmente desde la cuenca de México hasta Guatemala en el sur y hasta la actual frontera entre México y los Estados Unidos en el norte (Hassig 1985: 116).

De acuerdo con Smith y Berdan (2003: 24), los circuitos de intercambio eran grandes sistemas dentro de los cuales el movimiento de bienes y de ideas era particularmente frecuente e intenso. Este intercambio se veía facilitado por la existencia de "centros de comercio internacional", ciudades o pueblos involucrados en el comercio a larga distancia, o sea entrepots que vinculaban a varios circuitos de intercambio con otras partes del sistema mundial.

Sin embargo, no todo el comercio estaba sancionado por el Estado. Entre los tarascos había un alto nivel de intercambio entre aldeas en el área del lago de Pátzcuaro y sus contrapartes en las tierras altas, en especial la tierra caliente (la cuenca del río Tepalcatepec). No es claro exactamente cómo tuvo lugar este intercambio, pero las fuentes etnohistóricas no mencionan ningún tipo de intervención por parte del Estado (Beltrán 1982: 165). La red tributaria del Estado tarasco era la más importante institución para obtener todo tipo de recursos naturales. A través de esta red fluían los tributos desde todos los rincones del imperio hasta las arcas reales en Tzintzuntzan. Esta red tributaria estaba centralizada, organizada de manera jerárquica, y era una institución fundamentalmente política con varios niveles, desde las pequeñas aldeas hasta los centros de recolección en los pueblos medianos y finalmente la capital estatal (Pollard 1993: 16: Beltrán 1982: 161-162). Ciertos bienes tributados – por ejemplo artefactos de obsidiana, cerámica fina y objetos de metal (cobre, bronce, plata y oro) – eventualmente se comerciaban en los mercados. Con la posible excepción de los textiles y la comida, que se distribuían ampliamente en ocasiones rituales, la mayoría de los bienes de tributo eran consumidos por la elite gobernante (Beltrán 1982) (Figuras 66, 67, y 68).

Existían otros canales aparte del tributo por los cuales bienes y servicios fluían a través del reino tarasco: el comercio a larga distancia, las tierras agrícolas propiedad del Estado, las minas y el intercambio de regalos. Pero los impuestos – pagados ya fuera en bienes o servicios – eran los más importantes para la economía, ya que contribuían al sostenimiento del aparato estatal. El sistema tributario estaba completamente bajo el control de la dinastía gobernante, que usaba una extensa burocracia para asegurar el oportuno pago de las obligaciones. Los bienes que aparecen con mayor frecuencia en las listas de tributos del siglo XVI son los siguientes: maíz, telas y ropa de algodón, esclavos, víctimas para el sacrificio, servicios domésticos, objetos de metal, armas, frutas tropicales, cacao, algodón sin procesar, guajes, pieles de animales, plumas tropicales, oro, plata, cobre, sal, frijol, chile, conejos, pavos, miel, pulque, plumas y vasijas de cerámica (Pollard 2003).

El principal objetivo de las campañas militares era obtener tributo de los pueblos conquistados. El sistema tributario estaba organizado como una pirámide, con Tzintzuntzan en la cúspide y varias "cabeceras" (pueblos o localidades establecidas para la recolección de impuestos) ubicadas debajo de la capital. Los caciques o jefes locales tenían la obligación de recolectar los impuestos de sus pueblos y aldeas sujetos para enviarlos periódicamente a la capital, bajo la directa supervisión del ocambecha o recolector de tributos (Beltrán 1982: 154-156).

El Estado tarasco interactuaba activamente con sus vecinos, constantemente comerciando materias primas y bienes manufacturados a través de sus fronteras. Los artefactos de metal (principalmente cobre y sus aleaciones) estaban entre los bienes más complejos desde el punto de vista tecnológico, y entre los más altamente valorados por las culturas mesoamericanas. Los objetos de metal eran producidos en Michoacán bajo el control de la elite tarasca, y su distribución por todo Mesoamérica es prueba de la participación de los tarascos dentro del sistema mundial mesoamericano (Pollard 1987).

Las estrategias imperiales de los aztecas tuvieron consecuencias económicas, militares y políticas más allá de los confines de su territorio. En el Occidente, por ejemplo, estas consecuencias fueron principalmente de tipo militar. Los tarascos tuvieron que fortificar sus fronteras con los territorios aztecas, y estar constantemente alertas ante las posibles incursiones enemigas. Sin embargo, esto no evitó la existencia del intercambio entre estos dos sistemas políticos; de hecho, varios bienes de comercio valiosos, como la turquesa, el cobre y la obsidiana, entre muchos otros, se movían a través de los límites territoriales de ambos Estados. Aparentemente, se permitió que el comercio y otros tipos de interacción siguieran operando a pesar de las hostilidades y la guerra. La frontera entre aztecas y tarascos fue permeable al comercio, y el intercambio coexistió con la guerra y los conflictos políticos (Smith 2003).

La estrategia de frontera entre ambos sistemas políticos consistió en establecer fortalezas militares (Hernández Rivero 1994; Armillas 1991), guarniciones de guerreros y asentamientos coloniales en las regiones fronterizas (Silverstein 2001). Los aztecas se limitaron a mantener la frontera con los tarascos en equilibrio, estableciendo una serie de Estados clientes, o provincias estratégicas, a lo largo de la frontera (Berdan y Smith 2003).

La tecnología de transporte en la antigua Mesoamérica fue bastante rudimentaria. Los costos relacionados con el transporte terrestre eran bastante altos, ya que la falta de bestias de carga significaba que todo tenía que moverse sobre la espalda de cargadores humanos, conocidos como tlamemes. No sabemos con exactitud la cantidad máxima de carga que uno de estos cargadores podía llevar a cuestas, pero la información etnohistórica sugiere que en el siglo XVI un tlameme típico podría cargar unas dos arrobas (aproximadamente 23 Kg.) a una distancia de cinco leguas (alrededor de 21-28 Km.) antes de ser reemplazado (Hassig 1985: 28-32). En Michoacán cada tlameme llevaba entre 20 y 30 lingotes de cobre, con un peso total de entre 32 y 37 Kg., a una distancia de 21-43 Km. (Pollard 1987: 748-750). Estas cifras, sin embargo, deben usarse con cuidado, ya que hay mucha variación en las cargas registradas en los documentos coloniales y las distancias también variaban mucho, dependiendo de factores como el tipo de terreno (montañas, barrancas, selva, bosque, desierto, etc.), las condiciones climáticas y otros factores que podrían limitar la circulación de los porteadores (Hassig 1985: 33).

El intercambio en los mercados mesoamericanos se facilitaba por el uso de varios tipos de "moneda", como semillas de cacao, mantas de algodón y "hachas- moneda" hechas de cobre o de bronce, que servían como unidades de intercambio y como unidades estandarizadas para almacenar la riqueza. La existencia de estas formas de "dinero" en el sistema mundial mesoamericano indica un alto nivel de comercialización de la economía durante el periodo Postclásico, así como un cierto grado de estandarización de los procesos de intercambio a través de todo Mesoamérica (Smith y Berdan 2003).

De acuerdo con Pollard (1993: 113), la cuenca de Pátzcuaro carece de fuentes naturales de sal, de obsidiana, de pedernal y de cal, productos que se usaban en la mayoría de los hogares durante el periodo Protohistórico. El área nuclear del Estado tarasco en el siglo XVI no era una unidad económica viable, sino que subsistía gracias al intercambio de bienes y servicios en contextos regionales y supraregionales (Pollard 1993: 113). La sal, por ejemplo, era un recurso estratégico usado en la dieta y en la preservación de alimentos, aparte de muchas aplicaciones industriales como el teñido de textiles. Como ya se mencionó, este vital recurso tenía que traerse de los más remotos rincones del imperio; de hecho había principalmente tres áreas productoras de sal, que estaban ya fuera bajo el control directo del Estado o bien conectadas a la capital por medio de las redes de comercio y tributación: el lago de Cuitzeo (Williams 1999a, 1999b), la cuenca de Sayula, Jalisco (Valdez y Liot 1994; Weigand 1993) y la costa de Michoacán (Williams 2002, 2003, 2004).

Un reciente estudio de la producción salinera en la cuenca de Cuitzeo reveló la existencia de no menos de 11 comunidades productoras de sal o que la pagaban como impuesto (Williams 1999b, Figura 2), que entregaban a la corona española distintas cantidades de sal cada 20 ó 30 días (Williams 1999b, Cuadro 1). La cuenca de Cuitzeo, que tenía aparte de sal abundantes depósitos de obsidiana de la mejor calidad (Healan 2004), estaba firmemente bajo el control político de los tarascos. La situación en el lago de Sayula hacia el oeste fue bastante diferente, ya que el Estado tarasco tuvo que librar guerras de conquista en varias ocasiones para incorporar esta área a su territorio (Brand 1971: 637). Entre los hallazgos arqueológicos realizados en San Juan de Atoyac, un sitio dentro de la cuenca de Sayula, podemos mencionar muchos entierros con ofrendas de estilo tarasco: vasijas de cerámica, artefactos de metal (hachas, cinceles, cascabeles) y símbolos de status como pinzas de bronce y orejeras y bezotes de obsidiana. Los investigadores que estudiaron estas evidencias concluyeron que son prueba de la presencia de miembros de la elite tarasca en el área. Las excavaciones en esta parte de la cuenca de Sayula descubrieron muchos objetos representativos de contextos domésticos de cultura tarasca. Las fuentes históricas mencionan que los depósitos salinos del lago de Sayula fueron la razón que trajo a los michoacanos a la región. El Estado tarasco estaba tratando de ampliar su base de recursos al dominar áreas que contaban con recursos estratégicos, como la sal, que hacían falta en la zona nuclear tarasca (Valdez y Liot 1994: 302-305). Otros bienes escasos o estratégicos encontrados en la cuenca de Sayula incluyen cobre, estaño y varios tipos de arcillas y rocas (Valdez et al. 1996: 330, ver también Weigand 1993), al igual que muchas plantas silvestres con aplicaciones industriales o medicinales; un total de 124 de estas se han documentado en la región (Valdez et al. 1996: 333).

Finalmente, la costa noroccidental de Michoacán y las regiones vecinas de Colima deben mencionarse como regiones donde se producían grandes cantidades de sal, al igual que muchos otros recursos básicos y de lujo, como pescado, conchas marinas, etcétera. Con base en las cifras de producción reportadas por informantes locales para el periodo anterior a 1950, la totalidad de la zona costera debió haber producido cientos de toneladas de sal, misma que se intercambiaba o se pagaba como tributo al Estado tarasco (Williams 2003).

Como hemos visto, el Estado tarasco fue parte del sistema mundial mesoamericano, e interactuó con otras regiones de Mesoamérica principalmente a través del comercio a larga distancia. Si bien las relaciones con los aztecas frecuentemente fueron hostiles, esto no impidió la existencia de importantes redes de comercio entre ambos Estados. Este comercio incluyó varios de los más codiciados bienes de elite, que se producían ya fuera dentro del territorio tarasco, como los objetos de metal (Pollard 1987), o que eran transportados bajo la protección del rey de los tarascos, como la turquesa, que venía de más allá de las fronteras norteñas de Mesoamérica (Weigand 1995).

El legado prehispánico de los tarascos está conformado por un rico registro arqueológico y etnohistórico, que ilustra el importante papel jugado por los pueblos del Occidente en el desarrollo de la civilización mesoamericana.

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