Imagen - Vasija de Cacao - K6706 © Justin Kerr FAMSI © 2005:
Marcello A. Canuto y Ellen E. Bell
 

Limites y Fronteras del Clásico Maya: Excavaciones en el Paraíso, Copán, Honduras, Temporada 2003

Introducción

Este estudio tiene por objeto determinar de qué manera los procesos de formación de identidades no de parentesco, como el faccionalismo o la etnogénesis, están relacionados con el desarrollo de la complejidad en los tiempos pasados. Específicamente, la presente investigación busca mostrar el papel jugado por las formaciones de identidades fuera de las de parentesco (tales como las facciones de élite y los grupos étnicos) en el desarrollo y colapso de los estados, y el intercambio interregional en el área maya del sudeste durante el período Clásico (Figura 1). El estudio antropológico de las facciones y la etnicidad a menudo resulta en modelos diametralmente opuestos. Los estudios de facciones a menudo adoptan un abordaje situacional ("instrumentalista") de las afiliaciones de grupos, que considera la transacción, la formación de límites, y las negociaciones de valores en contextos específicos como críticas para el desarrollo de una identidad de élite. Por el contrario, los estudios de etnicidad a menudo se apoyan en modelos normativos ("primordiales") que ven cómo la etnicidad que se desarrolla a través de la expresión externa y del énfasis puesto en varios marcadores culturales de diferencias. O sea, se trata de la expresión émica de diferencia por parte de los miembros de un grupo.

La afiliación faccional, ya sea que esté basada en la interacción social, política, o económica, representa una forma de organización social que no se puede crear y mantener en el aislamiento. Es, por el contrario, situacional, y las afiliaciones se desarrollan en contra-distinción entre una y otra. Las disposiciones y marcadores que mantienen la relevancia de la afiliación de uno a un grupo, se preservan a través de una interacción sostenida (Barth 1966; Bourdieu 1977; Shennan 1994). Las interacciones entre individuos que comparten una afiliación faccional (por ejemplo en una profesión, afiliación política, o clase socioeconómica), borran las diferencias sutiles por medio de una interacción que refuerza las disposiciones similares basadas en una percepción de condiciones materiales de existencia compartidas. Curiosamente, las interacciones entre individuos que no comparten una afiliación (por ejemplo personas de distinto status económico, residentes de centros rivales, o miembros de diferentes grupos étnicos), ciertamente pueden reforzar e inclusive ampliar su diferenciación, si sus interacciones son canalizadas (Barth 1966) dentro de límites estrictos diseñados para poner de relieve las diferencias.

Por el contrario, en el caso de la afiliación faccional, de grupo de interés, los grupos étnicos a menudo se desarrollan y cohesionan a través del uso de ciertos marcadores culturales (diacríticos, sensu Cohen 1978). Así adquieren una prominencia super-ordinaria, que a menudo está en oposición con otro grupo. Si bien estas diacríticas pueden parecer arbitrarias desde una perspectiva ética, la percepción émica de las mismas como representantes de una cultura inmanente (casi normativa), las transforma en íconos de identidad efectivos y fácilmente reconocibles. De hecho, su calidad normativa a menudo implica alguna forma de materialización –tal como un estilo arquitectónico, decoración, emblemas, insignias, y hasta el lenguaje escrito– que deja una marca arqueológica (en las estructuras residenciales, en las fachadas de edificios, dioses prestados, o textos) de la autoproclamación del grupo.

Sin embargo, cuando los proponentes de estudios faccionales y éticos adoptan un enfoque orientado hacia la práctica, ambos están de acuerdo en cuanto al carácter autoadscriptivo de esta identidad y el carácter dogmático (aunque arbitrario) de su conjunto de símbolos (diacrítica). Este paradigma enfatiza el desarrollo de prominentes identidades sociales (Schortman y Nakamura 1991); esto es, rastrea el proceso de organización social (por ejemplo la "faccionalización" o "etnogénesis"). Al adoptar un paradigma orientado a la práctica, ambos enfoques pueden formar un estudio integrado de afiliación pertinente a múltiples escalas de la antigua sociedad compleja. Esta pertinencia de escalas múltiples hace de este abordaje una herramienta potencialmente poderosa para interpretar la creación, mantenimiento, y disolución de sistemas complejos de interacción no basados en parentescos.

Afiliaciones en el Área Maya del Sudeste

Este estudio ha adoptado un abordaje orientado hacia la práctica para la investigación de la formación de la identidad durante el período Clásico en el área maya del sudeste. En este período temporal, esta área estuvo dominada por los grandes estados mayas de élite de Copán y Quiriguá.

En general, el estudio de la interacción formadora de identidad en este parte del área maya del Clásico ha estado centrado en la interacción interregional de los mayas con los pueblos no mayas. Las anteriores investigaciones sobre las escalas de interacción interegional asumían que los fenómenos complejos tales como la formación de la identidad co-variaban simplemente con la etnicidad, la organización social, y el lenguaje, y que por lo tanto podían ser circunscritos por esferas culturales con distintos y abruptos límites territoriales (Longyear 1947; Lothrop 1939; Stone 1959).

Otra perspectiva antropológica más refinada modificó el foco, del reconocimiento de identidades interregionales estáticas, a la interpretación de la dinámica de su creación, exhibición, y manipulación. Con el enfoque de esta perspectiva teórica, la interacción interregional, como aquella que se dio entre los mayas y sus vecinos no mayas, fue moldeada en términos de modelos dinámicos de centro-periferia (Boone y Willey 1988; Robinson 1987). Los estudios de esta escala de interacción en general definen notorias asimetrías (políticas, sociales o económicas) entre los participantes, y modelan una relación de centro-periferia entre un grupo central organizado jerárquicamente y grupos de afuera libremente integrados. Otros ejemplos mesoamericanos incluyen la interacción entre olmecas y no olmecas (Benson 1981; Coe 1965; Sharer y Grove 1989), entre los mayas de las tierras altas y las tierras bajas en el Formativo Tardío (Rathje 1972), y entre Teotihuacán y los centros mayas del Clásico Temprano (Miller 1983).

En la escala regional de la interacción interestado, los investigadores desarrollaron modelos de política económica que explican la interacción regional que se refleja en los conjuntos de élite. Estos modelos interpretan una economía de riqueza basada en una red de intercambio de prestaciones entre pares, visitas mutuas, y alianzas matrimoniales (Brumfield and Fox, 1994; D'Altroy y Earle 1985). Estas interacciones estuvieron basadas, en principio, en las cortes reales, y fueron presididas por un puñado de poderosos gobernantes mayas. Aunque esta escala de análisis abrió muchas nuevas vías de investigación, se ve limitada por su énfasis sobre las interacciones de élite y su enfoque sobre los centros monumentales.

Para la región maya sudoriental, este abordaje resultó en el desarrollo de un modelo regional de interacciones de la élite, en el cual las élites de Copán, Quiriguá, y sus centros secundarios de tierra adentro se comprometieron en escalas diversas de interacciones formadoras de identidad. De hecho, las investigaciones han revelado una serie extremadamente complicada de interacciones entre los residentes de las élites, dentro de esta región (Schortman y Nakamura 1991; Schortman y Urban 1994; Sharer 1974). Específicamente, establecen que las élites adoptaban símbolos visibles de su identidad (Schortman 1989; Viel 1999), tanto para su manipulación local (Bell y Reents-Budet 2000) como para su participación en una organización regional de élites (Schortman 1986; Schortman y Nakamura 1991). Se ha interpretado que las élites formaban sus identidades interregionales a través de su participación dentro de una economía política de contexto específico. El desarrollo de un status de élite es el resultado de tácticas necesarias para garantizar el poder local. La identificación con otras élites forma un "grupo de interés" regional que refuerza el concepto de una "uniformidad de élite", a pesar de las marcadas diferencias regionales y de los antagonismos.

Por último, la interacción ha sido rastreada en las escalas inferiores de la sociedad del Clásico Maya, a fin de explicar qué tipos de identidades resultaban conspicuas entre miembros de unidades domésticas, recintos familiares amplios, o comunidades locales (Ashmore y Wilk 1988; de Montmollin 1988: Haviland 1988). A esta escala, se asume que las interacciones dan como resultado el desarrollo de la familia nuclear, de grupos residenciales de parentesco, y afiliaciones regionales de linaje. En el área maya sudoriental, la investigación que se concentra en esta escala de análisis ha enfatizado la prominencia de las identidades basadas en el parentesco para los aldeanos que vivían en los diferentes centros de élite. En algunas investigaciones, sin embargo (Canuto 2002; Canuto y Fash 2003: Gerstle 1989; Schortman, Urban, y Ausec 2003), se ha sugerido que las formas de identidad basadas en interacciones a mayor escala por parte de los aldeanos –esto es, más allá del grupo de parentesco–, también fueron críticas para los individuos no pertenecientes a la élite. Estos estudios han reconocido que el potencial de las diferencias étnicas, de las relaciones patrón-cliente, de las obligaciones tributarias, e inclusive algunas formas de jerarquía institucional (por ejemplo, la esclavitud) eran fundamentales para los miembros de la sociedad del Maya Clásico que no pertenecían a la élite.

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