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David Bolles
 

Combined Dictionary-Concordance of the Yucatecan Mayan Language

Cog/Vol 2/219: y aun este presente año de seiscientos cincuenta y seis, estando trasladando esto,

LIBRO

PRIMERO

DE LA HISTORIA

DE YVCATHAN.

CAPITULO PRIMERO.

De las primeras noticias confusas que huuo de Yucathàn,

y como le descubriò Francisco Hernandez de Cordova.

Gloriosos principios dignos de eterna memoria, no fábulas fingidas para gloria de la Nacion Española; verdades sí admiradas del Orbe, emuladas del resto de las Monarquias; gran parte de un nuevo mundo (segun el comun lenguaje) manifestado á nuestra posteridad, y conquistado por el valor de pocos españoles, ofrecen asunto á la rudeza de mi pluma, escribiendo esta historia de Yucatan, que manifestado, ocasionó á la corona de Castilla la posesion de los amplisimos reinos de la Nueva España y sus riquezas. Habiendo el almirante D. Cristóval Colon descubierto la Isla Española y demás provincias, que en las historias de estos reinos se leen, hasta su cuarto viaje, que hizo á ellas desde las de España, pasado las calamidades, que se leen en la historia general de Herrera, y vagueando por el Occeano; le llevaron sus corrientes á dar vista á las Islas que están cerca de Cuba. La contradicion de los vientos, oposicion de las corrientes, no verse el sol, ni las estrellas, la continuacion de los aguaceros, truenos y relampagos, que abortaban las nubes; no les dió lugar á mas que hallarse sesenta leguas del puerto de Yaquimo, despues de sesenta dias que de él habia salido. Enfermaron los marineros con los grandes trabajos, y aun el cuidado con que el almirante habia estado en ellos, le puso en riesgo de perder la vida. Procediendo adelante con no menores peligros, descubrió una Isla pequeña con otras tres ó cuatro junto á ella bien pobladas, que llamaron Guanajas, por haberle dado los indios este nombre á la primera, que vieron. Salió á tierra D. Bartolomé hermano del almirante, á reconocer la gente por mandato suyo, y vió venir de la parte Occidental una canoa de admirable grandeza, en que venian veinte y cinco indios, que viendo los bajeles de nuestros españoles, ni se pusieron en fuga, ni usaron de defensa, con el miedo que concibieron de ver gente para ellos tan nueva. Fué la canoa á vista del almirante, que hizo subir á su navio los indios, mugeres, y hijos que llevaban. Halló ser gente vergonzosa y honesta, porque si les tiraban de la ropa, con que iban cubiertas, al punto se cubrian: cosa que dió mucho gusto al almirante, y á los que tenia consigo. Tratólos con agradables <2> caricias, y dióles algunas cosas de las que llevaba de Castilla en trueque de otras de las que le parecieron vistosas, para llevar por muestra de las gentes que habia descubierto; y quedandose con el viejo, para tener noticia de la tierra, licenció á los demas, para que se fuesen en paz en su canoa.

Eran estos indios de este reino de Yucatan, pues por la parte Oriental tienen al golfo de Guanajos, y no dista de aquella Isla en que estaba el almirante (que la llamó Isla de Pinos, por los muchos que vieron en ella) poco mas de treinta leguas, y yendo como iban de la parte Occidental, era forzoso fuesen de Yucatan, pues no hay otra tierra de donde pudiesen salir seguros en embarcacion tan pequeña, aunque para canoa era grande, que tenia ocho pies de ancho. Llevaban en ella mucha ropa de la que en esta tierra se teje de algodon, como son mantas tejidas de muchas labores y colores, camisas cortas hasta la rodilla, que aun hoy no las usan mas largas; unas mantas cuadradas que usan en lugar de capas, á que llaman zuyen (zuyem), navajas de pedernal, espadas de maderas, que hay de muchisima fortaleza, con navajas de las referidas pegadas en una canal, que labraban, con otras cosas de bastimentos de esta tierra, que se dirán en su lugar.

Quedó por entónces el conocimiento de esta tierra tan confuso, que se persuadia el almirante, era principio la vista de aquellas gentes para hallar por ellas noticia del Catayo y gran Can, aunque la esperiencia despues mostró lo que se ha visto; y queriendo proseguir al Occidente, le dijo tales cosas el indio viejo de las tierras que señaló al Oriente (sin duda porque no aportára á su tierra) que volvió la derrota para Levante, y dejó el poniente, con que se quedó este reino de Yucatan, y los demas de la Nueva España sin ser conocidos. Pero la Providencia divina dispone las cosas, como vé que convienen. Conocióse esto claramente, pues despues por el año de mil y quinientos y seis, cuatro despues de lo dicho, intentando con emulacion de los descubrimientos del almirante, Juan Diaz de Solis y Vicente Yañez Pinzon, hallar nuevas tierras, siguieron el descubrimiento, que el almirante habia hecho, y habiendo llegado á las Islas de los Guanajos, y habiendo de coger la via de Levante, navegaron hácia el poniente hasta reconocer la entrada del golfo Dulce, cuya boca á la mar es como un rio, que sale á ella por entre cerros muy altos (dos veces he estado en él) y va dando algunas vueltas por tierra, por cuya causa no le vieron, y tomando la vuelta del norte, descubrieron lo oriental de Yucatan, sin que ellos, ni por algun tiempo otra persona prosiguiese este descubrimiento, ni se supiese mas de estas tierras.

Hallábase el Gobernador Pedrarias Dávila en el Darien con falta de mantenimientos y sobra de gente castellana, y estas dos cosas le obligaron á dar licencia, para que los españoles, que se <3> quisieron ir á otras partes, pudiesen hacerlo. Bernal Diaz del Castillo dice en su historia, que fué uno de los que le pidieron licencia para irse á Cuba, por ver las revueltas que habia entre los soldados y capitanes de Pedrarias, y porque habia mandado degollar por sentencia á Basco Nuñez de Balboa desposado con hija suya, por sospecha, que se queria alzar contra él por el mar del Sur. Gobernaba en aquel tiempo Diego Velazquez la Isla de Cuba, haciendo buen tratamiento á los españoles que en ella estaban, y los acomodaba lo mejor que era posible, con que los de aquella Isla se hallaban ricos. Teníase ya noticia en el Darien de esto, y así se determinaron cien españoles de los que allí estaban, la mayor parte de ellos nobles, de irse á la Isla de Cuba, y asi lo ejecutaron, recibiéndolos el Gobernador con afabilidad y promesas, de que en habiendo ocasion los acomodaria. Alargábase esto mas de lo que quisieran, y viendo, que perdian el tiempo, se resolvieron los que vinieron de Tierra firme, ó Darien, con otros de los que estaban en Cuba, de buscar nuevas tierras, y en ellas mejor ventura. Tratáronlo con el gobernador Diego Velazquez, y parecióle bien, y juntos ciento y diez soldados, nombraron por su capitan á un hidalgo llamado Francisco Hernandez de Córdova, hombre rico y que tenia indios depositados en aquella Isla. Entre todos compraron dos navios de buen porte, y otro les fiaba el Gobernador, con tal que fuesen primero á las Guanajas, y de ellas le trujesen indios, con que pagar el valor del barco. No vinieron en ello, por parecerles no era justo hacer esclavos personas de suyo libres, y no obstante les dió el barco, y ayudó con bastimentos para el viaje.

Prevenido todo lo necesario de bastimentos, armas y municiones, con algunos rescates de cuentas y otras cosillas, y tres pilotos que gobernasen los bageles, el principal Anton de Alaminos, natural de Palos, el otro Juan Alvarez el Manquillo, de Huelva, y otro llamado Camacho de Triana, y un clérigo Alonso Gonzalez por su capellan, se alistaron ciento y diez soldados, y por su capitan Francisco Hernandez de Córdova: por veedor para lo que tocase al rey Bernardino Iñiguez (y no Nuñez como dice Herrera) natural de Santo Domingo de la Calzada. A ocho del mes de Febrero, año de mil y quinientos y diez y siete, se hicieron á la vela en el puerto, que los indios llamaban Jaruco á la banda del norte, y pasaron por el que se llama la Habana, á buscar el Cabo de S. Anton, para desde allí en alta mar hacer su viaje, en que tardaron doce dias, segun dice Bernal Diaz, aunque Herrera dice que solos cuatro. Doblada aquella punta, le dieron principio, encomendándose á Dios y á la buena ventura, sin derrota cierta, sin saber bajos, corrientes, dominacion de vientos, y otros riesgos, que en tal tiempo hoy se esperimentan. Luego se hallaron en ellos con una tormenta, que les duró dos dias con sus noches, y con que entendieron perderse. Abonazó el tiempo, y <4> pasado veinte y un dias despues que salieron de la Isla de Cuba, vieron nueva tierra, dando á Dios muchas gracias por ello.

Desde los navios vieron un gran pueblo, que por no haber visto otro tan grande en Cuba, le llamaron el Gran Cayro, distante de la costa al parecer dos leguas. Disponiéndose para salir á reconocer la tierra, una mañana á cuatro de Marzo, vieron ir á los navios cinco canoas grandes navegando á remo y vela, llenas de indios, que llegaron haciendo señas de paz, llamándolos tambien con ellas desde los navios. Acercáronse sin temor, y entraron en la capitana mas de treinta indios, vestidos con sus camisetas de algodon, y cubiertas sus partes verendas. Holgáronse de verlos asi, teniéndolos por gente de mas razon que los de Cuba (como tambien sucedió al almirante Colon) y los regalaron, y dieron algunos sartales de cuentas verdes, que estimaron los indios, habiendo mirado con cuidado aquel modo de gentes tan estrañas para ellos, y la grandeza y artificio de los navios, nunca de ellos vista; el principal, que era cacique, hizo señas, que se queria volver al pueblo y que otro dia traeria mas canoas en que saliesen los españoles á tierra. Cumplió el cacique su promesa, y al otro dia por la mañana vino á los navios con doce canoas grandes y muchos indios remeros, y con muestras de paz dijo al capitan, que fuesen á su pueblo, donde les darian comida, y lo demas necesario, que para llevarlos traia aquellas canoas. Deciáselo con las palabras, que en su lengua lo significan, y como repetia Conéx cotóch: Conéx cotóch, (coneex c'otoch, coneex c'otoch.) que es lo mismo, que venid á nuestras casas; entendieron los españoles, que asi se llamaba aquella tierra, y la nombraron Cabo ó Punta de Cotóch (c'otoch), nombre, que quedó en las cartas de marear, y por donde se conoce.

Por ver la costa llena de indios, recelando lo que despues sucedió, salieron los castellanos en sus bateles y en las canoas á tierra con quince ballestas y diez escopetas, segun dice Bernal Diaz, aunque Herrera veinte y cinco ballestas parece que dá á entender. Bien necesitaron de esta prevencion, porque porfiando el cacique en llevarlos á su pueblo y guiándolos él mismo; al pasar por un montecito breñoso, dió voces el cacique, y á ellas salió gran multitud de indios, que tenia puestos en celada, y comenzaron á flechar á los españoles. Tal fué el impetu con que acometieron, que á la primera rociada hirieron quince soldados, y tras ella se juntaron con los españoles peleando con sus lanzas y espadas muy orgullosos, y dice Bernal Diaz, que les hacian mucho mal. Poco rato pudieron sufrir las heridas de las armas españolas, y habiendo muerto quince de ellos, los restantes huyeron, si bien prendieron dos indios, que despues fueron cristianos; el uno se llamó Melchor y el otro Julian. Miéntras duraba esta escaramuza, el clérigo Alonso Gonzales, fué á unos adoratorios, que estaban un poco adelante en una placeta; y eran tres casas labradas de piedras, y alli halló muchos ídolos <5> de barro, unos como caras de demonios, otros de mugeres, altos de cuerpo, otros al parecer de indios, que estaban cometiendo sodomias. En unas arquillas de maderas, que alli estaban, metió el clérigo algunos ídolos, y unas patenillas, tres diademas y otras piecezuelas á modo de pescados, y anades de oro bajo, que enseñó despues á los compañeros. Ellos habiendo visto casas de piedra, cosa que no usaban los indios de Cuba, y aquellas señales de oro, quedaron, aunque heridos, muy contentos, habiendo reconocido tal tierra. Acordaron con esto de volverse á embarcar, y curaron los heridos; salieron de alli costeando al occidente, navegando de dia, y reparándose de noche á vista siempre de tierra, diciendo el piloto Alaminos, que era isla, y á quince dias dieron vista á un pueblo al parecer grande, con una ensenada, que creyeron era rio ó arroyo, donde podrian coger agua, de que ya llevaban falta, por ir las pipas maltratadas. Domingo, que llaman de Lázaro, salieron á tierra junto al pueblo, que era Campeche (Can Pech), y por esta ocasion le llamaron San Lázaro, y hallando un pozo de donde vieron beber á los indios, hicieron su aguada. Con recelo de lo sucedido en Cabo de Cotóch (c'otoch), salieron muy bien prevenidos de armas. Recogida el agua, queriendo volverse á los navios, fueron del pueblo como cincuenta indios, con buenas mantas de algodon, y preguntaron por señas, que buscaban, señalando con la mano, que si venian de donde sale el sol, y con ser la primera vez que los vieron, decian Castilan, Castilan, sin reparar en ello los castellanos por entónces. Respondieron á los indios, que querian agua y irse. Ellos los convidaron á su pueblo, y los españoles con recato, y en concierto fueron con ellos, que los llevaron á unas casas de piedra muy grandes, que eran adoratorios de sus ídolos.

 

CAPITULO II.

Lo que sucedió á los castellanos en Campeche, y despues en

Potonchán, donde murieron muchos á manos de los indios.

Los adoratorios donde en Campeche llevaron los indios á los españoles, eran de buena fábrica como los de Cotóch (c'otoch), y tenian figuradas en las paredes, serpientes, culebras y figuras de otros ídolos, y el circuito de uno como altar lleno de gotas de sangre muy fresca, que segun supieron despues acababan de ofrecer unos indios en sacrificio, pidiendo á sus ídolos victoria contra aquellos estrangeros; y dice Bernal Diaz, que á otra parte de los ídolos tenian unas señales, como á manera de cruces. Andaba gran gentio de indios y indias, como que los iban á ver riéndose, y al parecer de paz. Despues vinieron muchos indios cargados de carrizos secos, que pusieron en un llano, luego dos escuadrones de flecheros, lanzas, rodelas y hondas, con unos como capotes colchados de algodon, arma defensive para <6> las flechas, cada escuadron su capitan delante, y puestos en concierto se apartaron poca distancia de los españoles. Remató este aparato en que salieron de otro adoratorio diez indios con ropas de mantas de algodon largas y blancas; los cabellos largos y revueltos, que sino era cortándolos no podian esparcirse y llenos de sangre. Llevaban éstos unos como braserillos, y con una resina, que llaman copal (pom), sahumaron á los castellanos, á quien hicieron señas que se fuesen ántes, que se quemase aquella leña, porque sino les harian guerra, y matarian. Juntamente mandaron poner fuego á los carrizos, y se fueron callando aquellos diez indios, que eran sacerdotes de los ídolos. Los de los escuadrones comenzaron á dar grandes silvos, y tocar sus trompetillas y tunkules, que son como atabalejos, y hacer ademanes muy bravos. No estaban sanos aun los heridos de Cabo de Cotóch (c'otoch), y habian muerto dos de ellos, que echaron á la mar, y asi los españoles con recelo de tan gran gentio se fueron retirando por la playa y algo léjos del pueblo se embarcaron con sus pipas de agua, porque tuvieron por cierto los habian de acometer al embarcarse.

Salieron los españoles del puerto de Campeche, ó Kimpech, como llaman los indios, y prosiguiendo su viaje al occidente, despues de seis dias, los dió un norte, que duró cuatro con gran riesgo de perderse. "O en que trabajo nos vimos (dice Bernal Diaz) que si se quebrára el cable, ibamos á la costa perdidos." Cesó el temporal, y dieron vista á una ensenada, que parecia habria rio ó arroyo, y adelante de ella, como una legua, un pueblo llamado Potonchán (Chakan Poton). Parecióles salir á hacer agua, de que llevaban necesidad; pero advertidos con lo pasado, salieron todos y con sus armas. Hallaron unos pozos cerca de otros adoratorios y caserias de piedra, y habiendo llenado las vasijas, no pudieron meterlas en los bateles para llevarlas á bordo, porque vinieron del pueblo muchos indios de guerra, armados con sus sacos de algodon hasta la rodilla, arcos y flechas, lanzas y rodelas, espadas á manera de montantes, que jugaban á dos manos, hondas y piedras, las caras de blanco, negro y colorado pintadas, que llaman embijarse, y cierto parecen demonios pintados, muy empenachados, y como que iban de paz, preguntaron lo mismo que los de Campeche, repitiendo la palabra Castilan, Castilan, que entónces advirtieron, pero no entendieron que pudiese ser.

A prima noche, ó poco ántes era ya, y asi les pareció quedarse alli aquella noche, aunque cuidadosos y velando todos. Estando de aquella suerte, oyeron gran ruido y estruendo, que era de mas indios de guerra, que se venian á juntar con los otros. Hubo diversos pareceres si se embarcarian ó no, pero resolvieron aguardar en que paraba tanto ruido: algunos decian, que seria bueno acometerlos, que como dice el refran: quien acomete, vence; pero retardólos ver, que para cada español habia trescientos <7> indios. Encomendáronse á Dios, y aguardaron de dia claro, vieron ir para ellos grandes escuadrones con sus banderas tendidas. Cercaron por todas partes á aquellos pocos españoles, y tal rociada les dieron, que de ella quedaron heridos ochenta. Juntáronse luego con los españoles, á quien llevaban á mal andar, aunque las heridas, que recibian los indios, eran tan desmedidas de las que daban, pero la multitud les daba la mejor parte en la pelea. Apartábanse algo de los españoles, pero desde alli como á terrero los flechaban mas á su gusto, y apellidaban contra el capitan, repitiendo Halachvinic, Halachvinic (halach uinic), y asi cargaron tantos indios sobre él, que le dieron doce flechazos, y se llevaron vivos dos españoles, el uno llamado Alonso Bote y otro un viejo portugués. Traian de comer á los indios que peleaban desde el pueblo, y con mudarse de nuevo los escuadrones, trataron tan mal á los españoles, que muertos ya mas de cincuenta, los restantes por salvar las vidas, hechos todos un escuadron, rompieron por las de los indios, para recogerse á los bateles, que estaban en la costa. Alli la grita, silvos y mayor persecucion de los indios (que todo parece se levanta contra el que huye) y no dejaban de herir en los españoles. Como acudieron de golpe á sus bateles, y entraban tantos, se les iban á fondo, y asi unos asidos á ellos, y otros medio nadando, llegaron al menor navio, que ya se acercaba á socorrerlos, y al embarcarse fué donde hicieron gravisimo daño los indios á los españoles, á quienes libró Dios de tan peligroso trance. Embarcados, hallaron menos cincuenta y siete compañeros, con los dos que llevaron vivos, y cinco que luego murieron de las heridas. Duró el combate poco mas de media hora, y llamaron al parage Bahía de mala pelea, por el desgraciado suceso de la referida. Solo un soldado llamado Berrio, se halló sin herida alguna: todos los demas con dos, tres y cuatro, y el capitan Francisco Hernandez de Córdova con los doce flechazos; las heridas enconadas, y muy doloridas, como que se habian mojado con el agua salada; pero aunque tan mal parados, se curaron y dieron gracias á Dios de no haber quedado con los demas en la playa.

Con este gran desastre determinaron volverse á Cuba, y por estar muchos marineros heridos, que se hallaron en la refriega: acordaron quemar el navio menor, y en los dos mayores repartirse, para que hubiese bastantemente quien marease las velas. Dadas al viento, sobre sus desdichas, iban padeciendo gran sed, porque con la prisa del embarcarse no llevaron agua, y llegaron á tanto estremo, que con la sequedad se les abrieron grietas en las lenguas y bocas. Al cabo de tres dias vieron un ancon ó estero, donde les pareció habria agua, y salieron á tierra quince marineros, que por no haber salido de los navios estaban sanos, y tres soldados de los menos peligrosos por las heridas, y con azadones hicieron pozos en tierra por no hallar rio, como entendieron, pero aunque de mal gusto, y salobre, la hubieron <8> de llevar por no haber otra; dos que solamente pudieron beberla, quedaron dañados los cuerpos y las bocas. Llamáronle al estero de los lagartos, por los que en el vieron. Miéntras se hacia lo dicho, les dió otro viento nordeste, que á no venir los que estaban en tierra, y echar nuevas anclas y cables, peligráran, pero con ellas se aseguraron dos dias, que alli estuvieron.

Pareció á los pilotos, que para volver desde alli á Cuba, era mas acertada navegacion atravesar á la Florida, que volver por donde habian venido. Atravesaron este golfo, y á cuatro dias vieron tierra de la Florida. Salieron á ella veinte soldados de los mas sanos, advertidos del piloto Alaminos, que estuviesen con recato, porque cuando estuvo alli con Juan Ponce de Leon, les habian muerto los indios muchos soldados. Puesta guarda en una playa muy ancha, cabaron unos pozos, donde fué Dios servido, hallaron buena agua, con que sumamente se alegraron, habiendo sido tan mala la que bebian. Estando con este gusto, vieron venir un soldado de la posta, dando grandes voces, y previniendo arma, porque venian muchos indios de guerra, asi por tierra, como por mar en canoas, y que casi juntamente llegaron con el soldado. Vinieron derechas para los españoles, flechándolos, y con la repentina hirieron á seis; pero respondiéronles tan presto con las escopetas, ballestas y espadas, que luego los dejaron, y fueron á ayudar á los de las canoas, que embistieron con el batel, y peleaban con los marineros. Entraron al agua los nuestros á favorecer el batel, y en el agua y tierra mataron veinte y dos indios y prendieron tres heridos, que despues murieron en los navios. Acabada la refriega preguntaron al soldado que dió el aviso por su compañero, y dijo, que se habia apartado con una hacha á cortar un palmito, y que le oyó dar voces, y por eso vino á dar aviso. Fueron en busca de él por las señales, y hallaron una palma comenzada á cortar, y cerca de ella mucha huella de gente mas que en otras partes, y aunque le buscaron por mas de una hora, no le hallaron, con que tuvieron por cierto le llevaron vivo. Este Soldado era Berrio, el que solamente salió sin heridas de Potonchán (Chakan Poton).

Grande fué el alegria de los que estaban en los navios con el hallazgo de la buena agua, y era tan grande la sed que padecian, que desde el un navio se arrojó un soldado al batel, y cogiendo una botija bebió tanta, que se hinchó y murió. De alli fueron con no menor trabajo y cuidado, por hacer mucha agua uno de los navios, hasta Puerto de Carenas, que hoy es la Habana, donde salidos á tierra, dieron á Dios muchas gracias por haberlos dejado volver á ella. Dieron por la posta aviso al Gobernador Diego Velazquez de su llegada y sucesos, y el capitan Francisco Hernandez no pudiendo por sus muchas heridas pasar á Cuba, se fué á la villa de Sancti Spiritus, donde tenia su encomienda de indios, y á diez dias murió. En la Habana <9> murieron otros tres soldados de las heridas, con que salieron de Potonchán (Chakan Poton), y los demas soldados se desparcieron por la Isla: Asi solamente haber descubierto á Yucatan, sin mas que las desgracias referidas, costó las vidas de sesenta y dos españoles.

La novedad de los indios de Yucatan, haberse visto en él casas de piedra, las figuras de los ídolos, las joyuelas que el clérigo Alonso Gonzalez llevaba, decir los dos indios Julian y Melchor, que habia en su tierra de aquello, cuando les mostraban el oro en polvo, avivó la fama del descubrimiento de la nueva tierra, con presuncion de que se hallarian grandes riquezas, por no haberse visto hasta entónces otra semejante. Luego dió noticia de todo á los señores que gobernaban las cosas de las indias, el Gobernador Diego Velazquez, como diré, y ellos la dieron al rey, que estaba en Flandes. Pidió la tierra nuevamente descubierta el almirante de aquellos Estados á su Magestad en feudo, y que la poblaria de gente flamenca á su costa, y que para que tuviese mejor efecto le diese el gobierno de la Isla de Cuba. Con facilidad se le concedió, sin advertir los inconvenientes que de ello se podian seguir á la real corona, y el agravio y perjuicio del almirante de las indias. Representáronlo los castellanos, y suspendióse la merced hecha; satisfaciendo al almirante de Flandes, con que su magestad no podia hacer semejante merced, sin concluir el pleito que el almirante de las Indias tenia con su fiscal sobre la observancia de sus privilegios y otras justas causas. Con esto se quedó el almirante de Flandes sin este reino de Yucatan y cuatro ó cinco navios, que ya tenia en San Lucar con gente flamenca, para que le poblasen, se volvieron á sus tierras de donde habian salido. Guardaba la Divina Providencia á Yucatan, para principio del aumento, que á la corona de Castilla se siguió con tantas provincias y reinos, como en esta Nueva España se le juntaron, de que este fué primicia, pues por él se vino en conocimiento de esotros.

 

CAPITULO III.

Envia Diego Velazquez á Juan de Grijalva á proseguir el

descubrimiento de Yucatan.

Pasó el año de mil y quinientos y diez y siete, en que el Gobernador Diego Velazquez, atendiendo á la nueva manifestacion de Yucatan, y las grandes esperanzas que dél se habian concebido, solicitando con todas las agencias posibles, que se viniese segunda vez á continuar este viaje. No pudo conseguirlo hasta el año siguiente, por la prevencion, que negocio de tanta calidad requeria. Finalmente se juntaron cuatro navios, los dos con que vino Francisco Hernandez de Córdova, comprados á costa de los soldados, y otros dos, que compró con sus dineros el Gobernador Diego Velazquez. Hallábanse en Santiago de Cuba <10> Juan de Grijalva, Pedro de Alvarado, Francisco de Montejo y Alonso Dávila, que todos tenian indios de encomienda, y eran personas valerosas. Concertóse entre todos, que el Juan de Grijalva viniese por capitan general, sin duda por ser deudo del Gobernador, que asi lo he leido en escritos auténticos, que los descendientes del adelantado Montejo tienen en esta tierra, donde se dice, que era sobrino suyo, y tambien por sus buenas prendas y edad á propósito, que era ya de veinte y ocho años. Por capitanes fueron señalados el general Juan de Grijalva de uno, Pedro de Alvarado de otro, Francisco de Montejo de otro, y del otro Alonso Dávila. Cada uno de estos capitanes proveyó su navio de bastimentos, á que tambien acudieron los soldados, segun dice Bernal Diaz (no es justo ocultar lo que cada uno dió, por poco que fuese, pues siempre dá mucho el que dá todo lo que tiene) y el Gobernador dió ballestas, escopetas, algunos rescates y los navios.

Con la fama de las riquezas presumidas en Yucatan, se juntaron doscientos y cuarenta españoles en todos con el residuo del primer viaje. Por veedor de la armada se nombró uno, que se llamaba Peñalosa, natural de la ciudad de Segovia, pilotos los antecedentes, y otro que alli se halló. Por capellan vino otro clérigo llamado Juan Diaz. Habia pasado de España el capitan Francisco de Montejo el año antecedente de catorce con Pedrarias Dávila á Tierra firme ó Castilla del Oro, donde sirvió al rey con muchos y señalados servicios, y en los escritos que he dicho, se contiene, que en esta ocasion estaba en Cuba por visitador de aquella Isla, y tenia ya esperiencia de descubrimientos y conquistas, y deseando servir en ellas, aceptó el oficio de capitan del un navio, que proveyó de matalotaje, como se ha dicho.

Dispuesto lo necesario para el viaje, fueron los navios por la banda del Norte á un puerto, que se llamaba Matanzas, cerca de la Habana vieja, donde los vecinos tenian sus estancias de ganados, y alli acabaron de hacer provision y juntarse los soldados. A cinco de Abril (como dice Bernal Diaz testigo ocular) año de mil y quinientos y diez y ocho, salió la armada de aquel puerto para Yucatan, y no del de Santiago de Cuba á ocho de Abril, como dice Herrera, por no ajustarlo bien, quien hizo las relaciones que se le dieron. No llevaba órden el general Juan de Grijalva de hacer asiento, ni poblar en parte alguna, aunque hay diversos pareceres sobre esto, sino solo de acabar el descubrimiento y hacer algunos rescates. Asi lo afirma Bernal Diaz tratando del descubrimiento que tuvieron despues los soldados en el puerto de San Juan de Ulúa, y como se intentó dar aviso á Diego Velazquez, con estas palabras: "Porque el Juan de Grijalva muy gran voluntad tenia de poblar con aquellos pocos soldados, que con él estabamos, y siempre mostró un grande ánimo de un muy valeroso capitan, <11> y no como lo escribe el coronista Gomara, &c." Tenia la Providencia Divina reservada aquella faccion para gloria del meritisimo marqués del Valle D. Hernando Cortés.

Despues de diez dias que salieron del puerto, doblaron la punta de Guaniguanico, á que llaman los pilotos Cabo de San Anton, y á otros ocho, que fué dia de la Santa Cruz de Mayo, por haber descaido algo los navios con las corrientes respecto del primer viaje, vieron la Isla de Cozumél (Cuzamil la llaman los indios, y es lo mismo que Isla de golondrinas) y llegaron á ella por la banda del Sur, llamándola por el dia que la vieron, Isla de Santa Cruz. Surgieron en buena parte limpia de arrecifes, y salieron á tierra, buena copia de soldados con el general Juan de Grijalva. Estaba cercano un pueblo de indios, que luego que vieron los navios se huyeron al monte, por no haber visto otra vez tal gente y bajeles, solamente hallaron dos viejos, que se quedaron por no poder andar. Lleváronlos al general, que los acarició y dió algunas cuentezuelas verdes, y por medio de los dos indios Julian y Melchor, que ya entendian algo la lengua castellana, se les dijo, que fuesen á llamar al Halachvinic (halach uinic) (asi llaman al Gobernador) de su pueblo; pero aunque los viejos fueron regalados, no volvieron con respuesta.

Aguardándolos estaban, cuando pareció una india de buen rostro, y dijo en lengua de la Isla de Jamayca, como todos los indios de miedo se habian ido al monte. Entendieron algunos soldados la lengua, y estrañando el habla en aquella parte, le preguntaron quien era. Respondió, que era de Jamayca, y que habia dos años que salieron de aquella Isla diez indios en una canoa á pescar, y que las corrientes la echaron á aquella de Cuzamil, cuyos indios mataron á su marido y demas compañeros, sacrificándolos á sus ídolos, y á ella dejaron con la vida. Pareció al general seria bueno que aquella india llamase la gente del pueblo, asegurando no se les haria daño alguno, para que le dieron dos dias de plazo, aunque volvió al siguiente, diciendo no habia podido persuadir á alguno que viniese. Aunque Herrera dice, que miéntras pasó lo referido, mandó el general, que se dijese misa; no hace mencion de esto Bernal Diaz, refiriendo otras cosas muy menudas; solo dice, que viendo el general, que estar alli era perder tiempo, mandó embarcar todos los soldados, y juntamente se fué con ellos la india de Jamayca.

Salieron de Cuzamil, y en ocho dias dieron vista á Potonchán, (Chakan Poton) hallándose en la bahía que llamaron de mala pelea, y de donde salieron la primera vez tan mal parados. Una legua de tierra echaron los bateles al agua, y en ellos de una vez salieron la mitad de los soldados. Luego que los indios vieron los navios, vinieron armados y muy orgullosos por la pasada; pero el peligro en que se habian visto, hizo á los españoles mas advertidos que en ella, y asi llevaron unos falconetes con que ojear á los indios, y para defensa de las flechas aquellos <12> como capotes de algodon colchados, que los indios usaban y como capotes de algodon llaman Ixcavipiles (ix ca uipil). Cargaron con todo eso los indios sobre ellos ántes que saliesen á tierra y en ella, con tal corage, que hirieron á la mitad de los españoles peleando con ellos tambien en tierra, miéntras vinieron los bateles con el resto que quedó en los navios. Juntos todos no pudieron los indios tolerar la fuerza y armas de los españoles y se hubieron de retirar. Mucho daño hizo á los nuestros haber langosta por aquellos pedregales, porque á veces entendian saltándoles con el vuelo, que era flecha, y la reparaban, otras que entendian que era langosta, los heria la flecha sin guardarse de ella. No costó de valde la victoria, tres soldados murieron, mas de sesenta salieron heridos, y el general Juan de Grijalva con tres flechazos, y quebrados dos dientes. Dejaron los indios el pueblo solo y entrando en él los españoles, curaron los heridos y dieron sepultura á los muertos, pero ni hallaron persona ni cosa de sus haciendas, que todo lo habian puesto en cobro. Tenian tres indios prisioneros, y el uno parecia principal, hicierónseles grandes alhagos, y dieron algunas cuentas y les mandó el general fuesen á llamar al cacique, para quien le dieron otras y algunas cosillas, asegurándolos de todo recelo; pero aunque estuvieron cuatro dias en el pueblo, nadie vino, y presumieron que los indios Julian y Melchor hablaron en contrario de los españoles, y asi no se fiaron de ellos para enviarlos á que hablasen á los huidos.

Como la instruccion era, que pasasen adelante, salieron del puerto de Potonchán (y advierto que es el que se llama Champoton (Chakan Poton), y asi le nombraré de aqui adelante) prosiguiendo al occidente, llegaron á la Laguna, que se llama de Términos, cuya salida á la mar parece como boca de rio, que por tal la juzgaron. Decia el piloto Alaminos, que aquella boca partia terminos con la tierra de Yucatan que era Isla, y por eso le pusieron aquel nombre que hoy permanece en las cartas de mareage. Alli salió á tierra el general Juan de Grijalva con los otros capitanes y muchos soldados, y estuvieron tres dias, y recorriendo todo aquel parage, hallaron que Yucatan no era Isla, sino tierra firme con la que adelante se ve al occidente. Reconocieron tambien ser buen puerto (y á no pocos ha dado la vida recogerse á él, navegando esta travesia de la Nueva España) y hallaron otros adoratorios con ídolos de palo y barro, casas de cal y canto, como las otras que habian visto. Creyeron habria por alli cerca alguna poblacion; pero no era así, porque aquellos adoratorios eran de mercaderes y cazadores, que pasando sacrificaban en ellos. Lo que hallaron fué mucha caza de venados y conejos, y habiendo sondeado la Laguna, y llevando buena razon de ella se embarcaron. Navegaban de dia, y reparábanse de noche por no dar en algunos bajos, llevando tierra á la vista, y pasados tres dias vieron una boca de rio muy ancha, y llegándose muy á tierra, les pareció buen puerto; <13> pero viendo reventar los bajos ántes de entrar en él sacaron los bateles y rondeando en ellos conocieron que no podian entrar los dos navios mayores, y asi dieron fondo fuera en la mar, y acordaron, que con los dos menores y los bateles se entrase el rio arriba.

Fueron muy bien prevenidos de armas, porque vieron en las riberas muchas canoas con indios de guerra que tenian sus arcos y flechas y demas armas, como los de Champoton (Chakan Poton), y por esto presumieron haber pueblo cercano. El nombre de este rio era Tabasco, por llamarse asi el cacique de aquel pueblo; y por haberse descubierto en esta ocasion, le llamaron el Rio de Grijalva, y con este nombre quedó señalado en las cartas de marear y asi se llama. Llegando como media legua del pueblo oyeron ruido de cortar madera, y era que estaban fortificándole, porque habiendo sabido lo que pasó en Champoton (Chakan Poton), tuvieron por cierta la guerra con los estrangeros, y se estaban previniendo para ella. Llegando á una punta donde habia unos palmares, salieron á tierra los españoles y vinieron á ellos como cincuenta canoas con gente de guerra, armados de todas las armas que usaban, y otras muchas quedaron entre los esteros. Pararon cerca de los españoles, y con apariencia de guerra estuvieron sin hacer otra demostracion alguna. Quisieron los nuestros dispararles los falconetes, pero tuvieron por mejor decirles por medio de los indios Melchor y Julian, como la pretension de los castellanos no era hacerles daño alguno, ántes venian á comunicarles tales cosas, que oidas tendrian mucho gusto de saberlas, enseñándoles junto con esto algunos sartales de cuentas de vidrio, espejuelos y otras chucherias, de que ellos hacian mucha estimacion y aprecio.

Acercáronse con esto cuatro canoas, y mandó el general á los intérpretes dijesen á los indios, como los castellanos que alli iban eran vasallos de un grande Emperador que se llamaba D. Cárlos, y tenia por vasallos muy grandes señores, y que ellos le debian tener por señor, porque siendo tan gran Rey, les estaria bien ser sus vasallos, y que miéntras les trataban aquello mas por estenso, les proveyesen de gallinas y bastimento á trueco de aquello que les mostraban. Dos de ellos, que el uno era principal y el otro sacerdote de ídolos, respondieron: Que traerian el bastimento que pedian y trocarian de sus cosas por las de los nuestros; pero que en lo demas señor tenian, que como acabando de aportar alli, sin haberlos comunicado, ni saber quien eran, querian ya darles otro señor? Que contentos estaban con el que tenian. Como habian tenido noticia de lo sucedido en Champoton (Chakan Poton), dijeron á los españoles, que mirasen no hiciesen con ellos lo que con los otros, donde sabian dejaron muertos mas de doscientos, y que ellos se tenian por mas hombres que los de Potonchán (Chakan Poton), y para defenderse, tenian tambien prevenidos dos Xiquipiles de guerreros (cada Xiquipil es ocho <14> mil, y es cuenta que usan en el cacao, que alli se coge) que querian saber de cierto la voluntad que traian para irsela á decir á muchos caciques que estaban juntos para tratar de paz ó guerra. El general los abrazó en señal de paz y les dió algunos sartales de cuentas, porque fuesen á decir como venian de paz, y les pidió, que con brevedad trujesen la respuesta, por que si no habian de ir por fuerza á su pueblo aunque no para enojarlos.

 

CAPITULO IV.

Los de Tabasco tratan con á paz los castellanos que pasaron

á Nueva España.

Despedidos los indios de los españoles, fueron al pueblo con su embajada, y la refirieron á los caciques y sacerdotes, que congregados esperaban la resulta de novedad tan estraña. Oyendo que los españoles no querian guerra como ellos no la moviesen, convinieron en tratar de paz á aquella gente, de quien no recibian daño alguno, y asi luego despacharon treinta indios con bastimentos de la tierra, gallinas, pan de maiz, diversidad de frutas, pescado asado, diversas echuras de pluma muy vistosas, una máscara de madera hermosa, aunque grande, y por respuesta, que á otro dia irian el cacique y los señores á ver á los castellanos. Llegados los mensageros pusieron en tierra unas esteras de palma que se llaman petates, y fueron poniendo en ellos el presente ante el general, á quien dijeron la respuesta que traian. Recibióles el general con todo amor y caricia, y dióles en retorno para que lleváran al cacique un bonete de frisa colorado, unos alpargates, tijeras, cuchillos y unas sartas de vidrio de diversas colores, con que volvieron muy alegres á la presencia de su señor, y los castellanos lo quedaron.

A otro dia el señor de Tabasco en una canoa, llevando en su compañia otras con muchos indios sin armas, fué al navio de el general Grijalva, que prevenido para recibir al cacique, estaba adornado de los mejores vestidos que tenia. Entró el cacique en el navio y recibióle Grijalva con toda humanidad y cortesia; y despues de abrazado se sentaron, y mas por señas que por palabras, platicaron sus intentos; porque aunque los castellanos llevaban á Julian y Melchor, ni se fiaban de ellos, ni de el todo se dice, que entendian á los de Tabasco, aunque declaraban algunos vocablos. Resultó de esta plática, dar á entender el cacique, estaba alegre con la llegada de los españoles, á quien queria tener por amigos; y confirmóse por un presente, que el cacique ofreció al general Juan de Grijalva, que se apreció despues en mas de tres mil pesos. Traíale en una petaca (que son de forma de cajas) y mandando sacarle, el cacique por su mano tomaba algunas piezas de oro y otras de palo, cubiertas de hojas de oro, dispuestas para armar á un hombre, <15> y escogiendo las que mejor asentaban al general, le armó todo de piezas de oro fino, unas á modo de patenas para armar el pecho todas de oro, y otros de palo cubiertas de oro, y algunas sembradas de muy buena pedreria. El yelmo era un casquete de madera cubierto de hoja de oro, cuatro máscaras á trechos cubiertas de lo mismo, y en partes de madres de esmeraldas á modo de obra Mosaica de muy hermoso artificio, y otras diversas joyas, como son ajorcas, pincetas y orejeras, cuentas cubiertas de oro, con una rodela cubierta de pluma de diversidad de colores, de lo mismo una ropa con penachos muy vistosos, armaduras de oro para las rodelas con otras cosas, que solamente su artificio era de mucho valor. Asi singulariza Herrera este presente; pero Bernal Diaz de el Castillo testigo ocular, no dice que vino este cacique á ver al general, sino solamente, que vinieron los indios que se ha dicho con los bastimentos, y que presentaron ciertas joyas de oro, anades, como las de Castilla; otras como lagartijas, y tres collares de cuentas vaciadas, y otras cosas de oro de poco valor, que no valia doscientos pesos, y unas mantas y camisetas de las que usaban; y dijeron, que recibiesen aquello de buena voluntad, que no tenian mas oro que darles, que adelante donde el sol se pone habia mucho, y decian Culhua, Culhua, Méjico, Méjico, y que aunque aquel presente no valia mucho, lo tuvieron por bueno, por saber tenian oro, y que luego acordaron de irse.

Grande es la autoridad de el coronista general Herrera, y asi no me atrevo á refutar lo que escribió con tan autorizadas diligencias, como para ello se hicieron; pero parece mucho oro y riqueza para en Tabasco, donde sabemos, que nunca se ha cogido, aunque bien podian tenerlo de otras partes; y asi paso á decir lo que este autor refiere, que el general hizo con aquel cacique. Con grandes señas de agradecimiento, hizo traer una camisa de las mejores que tenia, y con sus manos se la vistió. Quitóse un sayon de terciopelo carmesí que tenia vestido, y su gorra de lo mismo, y pusóselo al cacique á quien hizo calzar unos zapatos nuevos de cuero colorado, adornando su persona lo mejor que pudo. Dióle de los mejores rescates que llevaba y tambien á los demas, que iban en su compañia, con que quedaron muy alegres, y los castellanos con tanto gusto, que muchos querian se poblase en Tabasco. Los indios habian espresado que no gustaban de que parasen alli, y asi el general siguiendo la instruccion que llevaba y por las señas que habian dado que adelante habia mas oro, como tambien por el riesgo en que estaban los dos navios mayores, si ventaba algun norte, dió órden que luego se embarcasen para proseguir su viaje.

Salieron del rio de Tabasco, y á dos dias descubrieron un pueblo junto á tierra, que se llama Aguayaluco, y por la costa muchos indios con rodelas de concha de tortuga, que juzgaron <16> con la reflecsion del sol en ella, ser de oro bajo, y á este pueblo llamaron los castellanos la Rambla. Pasaron adelante á vista del rio, que llamaron San Antonio, y luego se les aparecieron las grandes Sierras, que siempre están cubiertas de nieve, y nombraron de San Martin, por llamarse con aquel nombre el primero, que las vió navegando la costa, se adelantó el capitan Pedro de Alvarado con su navio, y entró en un rio, que desde entónces se llamó rio de Alvarado, y alli le dieron, unos indios pescadores algun pescado. Repararon los tres navios aguardando hasta que salió, por haber entrado sin licencia del general, por cuya causa le reprehendió y mandó, que otra vez no se adelantase, porque no cayese en algun peligro, donde los demas no pudiesen socorrerle. Juntos ya todos cuatro, llegaron á otro rio, que llamaron rio de Banderas, porque estaban en su ribera muchos indios con lanzas largas, y en cada una una bandera de manta blanca, tremolándolas y llamando con ellas á los españoles. Habia ya sabido Montezuma el gran Emperador de Méjico, como habia aportado aquella gente tan estraña para ellos á Cotóch (c'otoch), Champoton (Chakan Poton), y esta última batalla, que ahora hubo, y como iban en demanda de oro, que todo se lo habian enviado pintado sus indios, y asi habia mandado á los Gobernadores de sus costas, que si por alli llegasen, trocasen oro por lo que llevaban, y por eso aquellos indios llamaban á los nuestros.

Viendo desde los navios tan no acostumbradas señales, se determinó, que el capitan Francisco de Montejo fuese á ver, que querian los indios con aquellas señales, y diese aviso de ello al general. En los escritos de este capitan, que despues fué Adelantado de Yucatan, se dice que el general rehusaba que fuesen á tierra, pero que á persuacion suya, y ofreciéndose él para ir, se le dió licencia. Diez soldados se dice allí, que se embarcaron con él en el Esquife (aunque Bernal Diaz mas gente pone) y que viendo los indios iban para ellos, se juntaron como para pelear, cosa que hizo á los nuestros repararse, y mas cuando vieron que los indios entraban por el agua hácia donde el batel iba, pero no obstante prosiguieron hasta barar con él en tierra. Sacaron los indios al capitan Montejo en brazos, y despues á los demas que con él iban, y viéndolos apacibles, que no parecia querer hacerles daño alguno; correspondieron los indios de la misma forma, y dieron al capitan algun oro y piedras, y cinco banderas, y él á ellos algunos rescates que llevaba, quedando muy amigos. Fué á dar cuenta el capitan Francisco de Montejo á su general de lo sucedido, y asi salió con la demas gente al tierra, donde rescataron mucho oro y joyas, cantidad que dice Bernal Diaz, fué mas de quince mil pesos, y alli parece quejarse de lo que escribieron los coronistas Francisco López de Gomara y Gonzalo Hernandez de Oviedo, asi de esto, como de lo de Tabasco. Alli tomaron posesion de aquella tierra <17> por el rey, y en su nombre el Gobernador de Cuba Diego Velazquez.

De alli llevaron en los navios un indio, que despues fué cristiano y se llamó Francisco, despues de seis dias que estuvieron: y corriendo la costa adelante vieron una isleta, que llamaron Isla Blanca, por serlo su arena, y no léjos otra mayor, en frente de la cual habia buen surgidero. Dieron fondo y echaron los bateles al agua, y saliendo á la isleta hallaron dos casas de piedra con sus gradas, que subian á unos como altares, y en ellos ídolos de malas figuras, y alli cinco cuerpos de indios cortados brazos y piernas, abiertos por los pechos, que habian sacrificado aquella noche, y por esto la llamaron Isla de Sacrificios. Pasaron adelante como media legua, y dieron fondo, desembarcando en unos arenales, donde hicieron algunas chozas para guarecerse, y luego fueron hasta treinta soldados con el general á una isleta, que tenian en frente, y hallaron otros adoratorios con un ídolo muy grande y feo, y era el de Rakalku (Bacal Ku; Bakal Ku; Kakal Ku?), que significa el Dios de las muertes: cuatro indios en ellos con mantas negras y largas, que eran sacerdotes y habian sacrificado aquel dia á dos muchachos. Estaban sahumando al ídolo, cuando llegaron los nuestros, á quien quisieron sahumar tambien, pero no lo consintieron, antes sintieron gran dolor de ver los muchachos recien muertos. Era dia de S. Juan, y el general se llamaba Juan, y por lo que oian á los indios decir Culhua ó Ulúa, llamaron á aquella isla S. Juan de Ulúa, puerto que despues ha sido su nombre tan célebre.

Quedó el Gobernador Diego Velazquez con cuidado de la armada, y asi envió en busca de ella un navio con siete soldados, y Cristóbal de Olid, persona de mucho valor, por su capitan, para que fuesen en demanda de ella; pero con un temporal que les dió, se hallaron necesitados de volver á Cuba, de donde habian salido. Llegó poco despues el capitan Pedro de Alvarado, á quien el general Grijalva envió á dar noticia de lo que les habia sucecido, y con la que dió, y las joyas que llevó no solo se recompensó la tristeza del suceso de Cristóbal de Olid, pero quedó muy alegre el Gobernador Diego Velazquez, y todos los vecinos admirados de las riquezas de la nueva tierra que habian hallado. Miéntras Pedro de Alvarado iba á Cuba, fueron descubriendo la costa adelante, y vieron las Sierras de Tusta, y otras mas altas, que se llaman de Tuspa, ya en la provincia de Pánuco, y en un rio que llamaron de canoas: en unas acometieron indios de guerra al navio de Alonso Dávila, que era el menor, y hirieron á dos soldados con flecha y cortaron la amarra; pero acudiendo ayuda de estotros navios, se huyeron los indios; y no pareciendo conveniente navegar adelante, por los inconvenientes, que ponia el piloto Alaminos, con acuerdo de todos dieron la vuelta, breve por la ayuda de las corrientes, y volvieron rescatando oro y se fueron á Cuba. Todo el oro que llevaron, dice Bernal Diaz, que valdria veinte mil pesos, <18> aunque otros decian mas, y otros menos; y dando á los oficiales del rey lo que tocaba de su real quinto, se halló que seiscientas hachas que habian rescatado entendiendo eran de oro bajo, estaban muy mohosas, como de cobre que eran, con que hubo bien que reir de la burla del rescate. Con esto se echa de ver, que el encarecimiento con que el aumento de la descripcion de Ptolomeo sube de punto este rescate, es mas pondérado de lo que en la verdad sucedió, pues dice que en Tabasco por cosas de pequeño valor, dieron aquellos indios riquezas de increible precio, y que fueron tantas las que Grijalva llevó de este viaje, que escede al crédito de lo que se puede tener por verdadero. Lo cierto es, que con él, por haber descubierto á Yucatan, quedaron manifiestos los amplisimos reinos de la Nueva España hasta entónces no conocidos.

 

CAPITULO V.

Primero obispo que hubo en la Nueva España,

fué el de Yucatan,

y viene el capitan Hernando Cortés á Cozumél.

Habiendo vuelto el general Juan de Grijalva y demas capitanes á Cuba, y dado cuenta de su viaje al Gobernador Diego Velazquez, aunque estaba muy alegre, no le recibió y trató tan bien como merecia; y dice Bernal Diaz, que no tenia razon, pero que era la causa haberle descompuesto algunos, no hablando bien dél (nunca faltan emulaciones á un varon grande, y mas con alguna dicha estraordinaria) porque presumian no haber poblado aquella tierra tan rica por poco valor, y corazon para tan grande empresa, aunque llevaba órden para que poblase, pareciendo buena. Pudo ser que á los soldados se les dijese esto para aficionarlos mas al viaje y llevar el órden que se ha dicho; que no ha de hacer un capitan manifiestos sus designios al ejército, poniéndose á los riesgos que la prudencia enseña si se saben. Con la grandeza de las nuevas, determinó el Gobernador Diego Velazquez dar cuenta al rey del descubrimiento que se habia hecho, y dispuesto todo avio para que un su capellan Benito Martin (Martinez le llama Bernal Diaz) llevase la nueva por ser persona muy inteligente de negocios. Hizo probanzas de todo y le dió cartas para D. Juan Rodriguez de Fonseca, obispo de Burgos, y arzobispo de Rosano, y para otros que gobernaban las cosas de las Indias, á quien habia dado indios en Cuba, y les sacaban oro, y envió buenos presentes, que confirmasen las riquezas que decia haberse hallado en aquella nueva tierra, pidiendo que pues con su industria se habia descubierto, le diesen licencia para rescatar, conquistar y poblarla con los demas que descubriese, diciendo haber gastado muchos millares de pesos de oro en ello, y que se le diese algun título honorifico con que quedase premiado. Con razon se <19> queja Bernal Diaz de haberlo escrito asi, y dice: "No hizo memoria de ninguno de nosotros los soldados, que lo descubrimos á nuestra costa."

Llegó el clérigo Benito Martinez á la corte, y dando sus despachos con lo que llevaba, fué admitido con buena acogida. Entre los demas escritos llevaba relacion que toda la tierra descubierta era Isla, y no olvidando sus ascensos, pidió por merced que le diesen el Abadia de aquella Isla de Cozumél (Cuzamil). Habia solicitado el obispo D. Juan Rodriguez de Fonseca por este tiempo, que el rey presentase por obispo de Cuba á un religioso de la órden de nuestro padre Santo Domingo, y se llamaba Fr. Juan Garces, confesor del obispo, y era gran predicador, maestro en teologia y singularmente eminentisimo en la lengua latina; y viendo la peticion del Benito Martinez, resolvió el rey promover á Fr. Juan Garzes de obispo de Cuba á obispo de Cozumél (Cuzamil), presumiendo entónces ser cosa muy grande, y al clérigo se hizo merced de Abad de Culhua, que salió tan diferente como se vió, pues fué la Nueva España sobre que despues de pacificada hubo grandes disensiones. Vinieron las bulas del Pontifice, que hizo nueva ereccion de obispado de Yucatan con título de Santa Maria de los Remedios, nombrando por obispo á Fr. Juan Garzes, que su Magestad habia presentado.

En el tiempo que intervino para hacerse y llegar estos despachos, tuvo el rey noticia que los españoles que habian descubierto este reino de Yucatan, no habian permanecido en él, sino pasado adelante, y que en la Nueva España poblaron, con que el nuevo obispo no vino á usar de su dignidad. Quedó en esta suspension, hasta que ya pacificada la ciudad de Méjico, y su imperio sujeto á la corona de Castilla, el rey, que ya era Emperador de Alemania CARLOS Quinto, de gloriosa memoria, suplicó al Pontifice declarase que las bulas dadas para la ereccion del obispado de Yucatan, se entendiesen para la parte de Nueva España, que el rey asignase por estar ya poblada de españoles, y aun no pacificado Yucatan. Vino la declaracion del Pontifice el año de mil y quinientos y veinte y seis (estando ya D. Fray Juan Garzes en Méjico) ordenando su santidad, conforme á lo pedido por el Emperador, el cual le remitió la bula declaratoria, y con su autoridad le señaló por territorio la provincia de Tlaxcala, San Juan de Ulúa, Veracruz, todo lo de Tabasco, desde el rio de Grijalva hasta llegar á Chiapa: reteniendo en su Magestad y sus sucesores, la facultad que en dicha bula se le daba, para variar y revocar en esto lo que mas conviniese en aquel obispado, en todo y en parte, como despues se ha hecho, pues Tabasco pertenece hoy á este obispado de Yucatan y segun he oido, mas por permiso, que por territorio asentado de derecho. Con esto el obispo de Yucatan nombrado fué el primero, que en posesion tuvo el obispado de Tlaxcala, <20> que comunmente se nombra de la ciudad de la Puebla de los Angeles, y al clérigo Benito Martinez se le recompensó en otra cosa el nombramiento que se habia hecho en su persona de Abad de Culhua.

No por remitir el Gobernador Diego Velazquez á Castilla los despachos referidos, aflojó en la prosecucion del descubrimiento hecho de la Nueva España. Con gran diligencia previno una armada de diez navios, los cuatro del viaje pasado que hizo luego dar carena y aderezar, y otros seis, que de toda la Isla juntó en el puerto de Santiago de Cuba. Grandes alteraciones habia sobre quien habia de venir por general, porque algunos querian fuese un caballero llamado Vasco Porcallo, pariente cercano del conde de Feria; pero temia el Gobernador no se le alzase con la armada. Los mas soldados pedian, que volviese por general Juan de Grijalva, pues era buen capitan, y no habia falta en su persona, y en saber mandar y otros querian á unos parientes de el Gobernador. Andando en estas diferencias, Andres de Duero, secretario del Gobernador y Amador de Larez, contador del rey, concertaron con un hidalgo llamado Hernando Cortés, natural de Medellin y que tenia indios de encomienda en aquella Isla, que le harian dar el título de capitan general de la armada, con tal que repartiesen entre los tres la ganancia del oro, plata y joyas de la parte que cupiese á Cortés, porque secretamente se decia, que el Gobernador solo enviaba la armada á rescatar, y no á poblar. Convino Hernando Cortés en el concierto, y los otros dos dijeron tales cosas al Gobernador, que le inclinaron á nombrarle general; el Andres de Duero era secretario, los despachos se hicieron presto, y se los entregó firmados á Hernando Cortés; disposicion divina sin duda para que con esta traza se consiguiesen tan grandes cosas, como este insigne capitan, digno de inmortal memoria, intentó al parecer imposibles y temerarias, y acabó con la felicidad esperimentada.

Luego que el general Hernando Cortés tuvo en su poder el título, puso gran diligencia en buscar todo género de armas y municiones, rescates y demas cosas pertenecientes al viaje, y se empeñó mucho por estar en la ocasion adeudado. Era apacible en su persona, agradable en la conversacion, habia sido vecino, dos veces alcalde, mandó hacer estandartes y banderas labradas de oro con las armas reales y una Cruz de cada parte de ellas, con una letra latina, que decia: Hermanos, sigamos la señal de la Santa Cruz con fé verdadera, que con ella venceremos. Diéronse pregones, sonaron cajas, y comenzaron á alistarse soldados. Siempre se mostraba muy servidor del Gobernador, y porque sabia que con emulacion solicitaban descomponerle con él, estaba siempre en su compañia. Señaló dia en que todos se embarcasen, y ninguno del viaje quedase en tierra; y hecho esto, se despidió del Gobernador; y acompañándole <21> sus dos amigos y los mas nobles vecinos de la villa, habiendo oido misa y yendo con el mismo Gobernador, se hicieron á la vela, y con buen viento llegaron á la villa de la Trinidad, en cuyo puerto dieron fondo y salieron á tierra.

Fueron en aquella villa muy bien recibidos, y alli se juntaron otros muchos hidalgos, que fueron en esta jornada, y el general con su sagacidad atrajo muchos, y alli se les juntó el capitan Juan Sedeño con su navio cargado de provision, que se le compró el general. En este medio tiempo, mudado el Gobernador Diego Velazquez de parecer, por miedo que le pusieron, que iba alzado el general, le revocó el título y escribió á la villa de la Trinidad detuviesen la armada, porque ya Hernando Cortés no era general della, sino Vasco Porcallo, á quien habia dado título y nombramiento. Aunque mas diligencia puso el Gobernador, fué mayor la sagacidad, con que Hernando Cortés redujo á los mas y mas principales para que no se innovase cosa alguna, y escribió al Gobernador solicitando sosegarle en sus sospechas. Viendo la materia en aquel estado, con prudencia juzgó, que no le convenia detenerse allí, y asi aprestó todo lo necesario para el viaje con la brevedad posible. Dispuesto ya dió órden que todos se embarcasen en los navios, que estaban en el puerto á la banda del Sur, y los que quisiesen ir por tierra hasta la Habana, fuesen con el capitan Pedro de Alvarado recogiendo soldados que estaban en unas estancias de ganado; y llegados casi todos á la Habana en cinco dias, no pareció el navio del general, ni hubo quien supiese dar razon dél, y temieron no se hubiese perdido en unos bajos, que llaman jardines de la reina. Finalmente llegó, con que cesaron inquietudes, que ya habian principiado sobre el generalato, y alli se dispuso todo para poder hacer viaje.

A diez dias del mes de Febrero año de mil y quinientos y diez y nueve, despues de haber oido misa salió el general por la banda del Sur con nueve navios, y los otros dos salieron por la del Norte, con órden de juntarse en la Isla de Cozumél (Cuzamil), para donde reservó hacer reseña de soldados, armas y caballos, aunque Herrera dice, que doblado el Cabo de San Anton se hizo. Llegó antes á Cozumél (Cuzamil) el capitan Pedro de Alvarado, que el general, y saliendo á tierra fué á un pueblo que halló sin gente, y cogieron los soldados por su órden hasta cuarenta gallinas, y algunas cosillas de poco valor, y llegando el general que lo supo, reprehendió severamente al capitan, diciendo que no se habian de pacificar las tierras de aquella manera, ni tomando á los naturales su hacienda, y mandó volver lo que se habia traido, y pagar las gallinas con rescate, y á un piloto llamado Camacho mandó poner unos grillos, porque no guardó en la mar el órden que le fué dado. Habian cogido los soldados de Pedro de Alvarado dos indios y una india, y con estos, por medio del indio Melchor (que ya su compañero Julian era muerto) trató el general <22> Hernando Cortés de enviar á llamar á los caciques y indios de aquel pueblo, asegurándolos de todo recelo con enviarles lo que se les habia quitado, y algunas cuentas y cascabeles, con mas una camisa de Castilla, que dió á cada indio prisionero. Fueron á la presencia de su cacique, que sabiendo el buen tratamiento que el general les habia hecho, vino á verle á otro dia con toda su gente, hijos y mugeres del pueblo, y anduvieron entre los españoles, como si toda su vida los hubieran comunicado, y mandó el general que no se les diese disgusto en cosa alguna. "Aqui en esta Isla (dice Bernal Diaz) comenzó Cortés á mandar muy de hecho, y nuestro señor le daba gracia, que do quiera que ponia la mano se le hacia bien, especial en pacificar los pueblos y naturales de aquellas partes."

COGOLLUD.TM1 Continued
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