Enlaza con Figura antropomorfa de barro de la tradición de las "tumbas de tiro" que representa un individuo cornudo con un objeto en la mano (Colima). Eduardo Williams
El Antiguo Occidente de México: Un Área Cultural Mesoamericana
 

Periodo Clásico (ca. 300-900 d.C.)

Hasta Hace algunos años era muy poco lo que se conocía sobre el desarrollo cultural en el Occidente durante este periodo. Gracias a recientes investigaciones, sin embargo, esta laguna en nuestro conocimiento empieza a desaparecer.

Los sitios conocidos como "las Lomas" en la gran ciénega de Zacapu, Michoacán (Figuras 15, 16, y 17), fueron ocupados durante aproximadamente los ocho primeros siglos de nuestra era (periodos Protoclásico-Clásico), siendo después prácticamente abandonados. La abundancia de vestigios funerarios en esta zona hace pensar en una ocupación especializada para estas actividades y para otras igualmente de tipo ritual, aunque es muy probable que la gente que iba a honrar a los muertos a las Lomas también supiera explotar los recursos palustres y lacustres de éstas (Arnauld et al. 1993: 208; Carot 1994).

Por otra parte, existen pruebas de que la gran masa de Loma Alta (la mayor de las Lomas) está construida en su mayor parte de rellenos antrópicos contenidos por decenas de metros de muros de sostén. Loma Alta es un sitio único en su tipo, un centro ceremonial de una importancia excepcional en el plano sociopolítico y religioso. Los sistemas de construcción dan prueba de la movilización de una mano de obra importante y competente (Arnauld et al. 1993: 209-210). El material cerámico de este sitio refleja una gran calidad y un alto control técnico, particularmente en los tipos negativos, además de una muy compleja iconografía que nunca fue superada en las fases posteriores (Carot 1994: Figs. 5-7, 1992: Figs. 7-13).

Carot y Susini (1989) reportan para Loma Alta una práctica funeraria hasta ahora desconocida en Occidente y, al parecer, en el resto de Mesoamérica: la pulverización de osamentas previamente calcinadas a alta temperatura y su disposición en urnas depositadas en fosas. En total fue descubierto un conjunto de 31 recipientes (28 urnas y tres vasijas semiesféricas), de los cuales fueron extraídos y tamizados más de 100 Kg. de cenizas provenientes de la cremación y pulverización de huesos; pero es difícil determinar si se trata de restos humanos o de animales. Puede suponerse que los hornos de cremación se encontraban al aire libre, como los descubiertos en Snaketown, Arizona (Carot y Susini 1989: 112-115).

El periodo Clásico está representado en la cuenca de Cuitzeo por la cerámica proveniente de Queréndaro, misma que muestra una técnica decorativa poco conocida en Mesoamérica, que consiste en aplicar la pintura después del cocimiento y luego marcar y raspar los diseños, predominantemente geométricos. Las figurillas son muy similares a las de Chupícuaro, por lo que se les considera como pertenecientes a una cultura desarrollada desde el Formativo. Esta clase de cerámica se ha identificado como diagnóstica del Bajío y de parte del Occidente (Macías Goytia 1989: 174).

El sitio de Loma Santa María, localizado en las afueras de la actual ciudad de Morelia, ha proporcionado información muy valiosa sobre el desarrollo local durante el periodo Clásico. La ocupación de este sitio probablemente se inició con una cultura preclásica local, cuyas técnicas decorativas de la cerámica la ligan con el Rojo sobre Crema y con la alfarería policroma de Chupícuaro. En este sitio se encontraron indicios de una fuerte interacción cultural con el centro de México, excavándose en los niveles estratigráficos medios y superiores cerámica de tradición teotihuacana, pertenecientes a las fases II, IIA y III. Posiblemente a través de esta relación con la cuenca de México se obtuvieron otros materiales procedentes de varias áreas de Mesoamérica, como la alfarería Rojo sobre Rosa/Blanco de Morelos, la Anaranjado Delgado que al parecer se fabricaba en Puebla, y algunos vasos y "juguetes" con ruedas procedentes del Golfo (Manzanilla 1988: 153-155). Por otra parte, el sistema constructivo, aunque sencillo, es muy similar al talud-tablero de Teotihuacán (Cárdenas 1999a, Fig. 4).

Otro sitio de Michoacán donde se han encontrado materiales teotihuacanos es Tres Cerritos, en la cuenca de Cuitzeo (Macías Goytia 1994). Al excavar el montículo 3 de este sitio se encontró una tumba, cuyos materiales culturales tienen características del Altiplano de México, concretamente de Teotihuacán. Se rescataron de esta tumba, además de 9 m3 de ceniza, 19 entierros primarios completos, dos cráneos con huellas de decapitación y 11 entierros secundarios. Entre los objetos que se encontraron hay 120 de arcilla, más de 4,000 cuentas de concha, jade, turquesa y cristal de roca, numerosos caracoles marinos y gran cantidad de ornamentos y herramientas de obsidiana. También se encontró una máscara de alabastro de claro estilo teotihuacano, así como abundante cerámica idéntica a la que se conoce del gran sitio del centro de México. Por todo lo anterior, se infiere que Tres Cerritos tuvo una ocupación relacionada de alguna manera a las culturas del Altiplano, en especial la teotihuacana (Macías Goytia 1994: 34-35). Aparte de los ya mencionados, se han encontrado elementos teotihuacanos en varias partes de Michoacán (Figuras 18 y 19).

El sitio de Tinganio, en el municipio de Tingambato, Michoacán, parece haber tenido dos etapas de ocupación, la primera entre 450 y 600 d.C., y la segunda entre 600 y 900 d.C. En la última se introdujo un estilo arquitectónico que se ha interpretado como parecido al teotihuacano. La ubicación del asentamiento se escogió no solamente por ser un lugar privilegiado con abundante vegetación y agua, sino también porque era un punto estratégico entre las regiones fría y caliente, capaz de servir de lazo de unión a los pueblos de ambas regiones, como sucedió en tiempos coloniales. Entre los materiales intercambiados pueden mencionarse los siguientes: caracoles y conchas marinos del Pacífico, turquesa, pirita, jade y otras materias primas (Piña Chan y Oi 1982: 93-99).

Por los datos con que contamos hasta la fecha, parece que el Occidente (particularmente el área Jalisco-Colima-Nayarit) no fue tan fuertemente influenciado por las culturas del centro de México durante el Clásico como otras regiones de Mesoamérica, notablemente el valle de Oaxaca, la costa del Golfo o las tierras altas de Guatemala; esto es evidente al ver el cuadro de distribución de rasgos teotihuacanos en Mesoamérica presentado por Santley (1983: cuadro 2). Los hallazgos de cerámica teotihuacana en Occidente aparte de los ya mencionados han sido escasos, limitándose a diversas partes de Colima (McBride 1975; Meighan 1972; Matos y Kelly 1974; Jarquín y Martínez 2002) (Figura 20). En Jalisco y Nayarit la situación ha sido resumida por Weigand (1992: 227-228) con las siguientes palabras: "de la misma manera que el Formativo en el Occidente de Mesoamérica estuvo bastante libre de influencias olmecas, los periodos Clásicos de la misma área muestran notablemente pocas influencias del centro de México".

Finalmente, las palabras de Michelet (1990: 288) sirven para resumir lo poco que sabemos sobre Michoacán durante el periodo Clásico:

Mucho se ha dicho que Michoacán antes del horizonte tarasco se caracterizaba por una fuerte fragmentación geo-cultural. Hoy empezamos a creer que esa visión del Clásico michoacano era tal vez sencillamente consecuencia de la escasez de trabajos arqueológicos[...] Si bien no existió una fuerza centrípeta potente antes del surgimiento del imperio tarasco, ciertas tendencias unificadoras se manifiestan a lo largo del primer milenio de nuestra era[...] La región de Zacapu[...] alcanzó incluso una pizca del prestigio de Teotihuacán.

Es importante señalar que las relaciones entre las culturas de Michoacán y del centro de México durante el Clásico se dieron en ambas direcciones. Recientemente se ha reportado la presencia de residentes michoacanos en Teotihuacán; esta evidencia consiste en figurillas y vasijas de cerámica de claro estilo michoacano (Gómez Chávez 1998), así como en restos óseos de posibles residentes teotihuacanos originarios del actual estado de Michoacán (White et al. 2004).

La época que nos ocupa es todavía poco conocida en la región del Bajío, por lo cual no de puede hablar se un "periodo Clásico" en un sentido estricto como el dado en el centro de México, prefiriéndose hacer referencia al marco cronológico (ca. 250-900 d.C.), puesto que esta región además de presentar rasgos afines con el centro de México y otras áreas, tiene modalidades propias. Las raíces culturales de Chupícuaro se ven enriquecidas por otras tradiciones llegadas a través del corredor del Río Lerma (Sánchez y Marmolejo 1990: 269; cf. Cárdenas 1996, 1999b).

Durante este periodo en el Bajío con el desarrollo regional se consolidan y fortalecen algunos centros cívico-ceremoniales ubicados en cimas y laderas con posibilidades estratégico-defensivas, que evidencian una posible inestabilidad sociopolítica, debida a la presencia de grupos belicosos en la región. Estos sitios mayores que fueron posible refugio para la población asentada en el valle, muestran una arquitectura elaborada, además de ubicarse en lugares desde los que se podían explotar y controlar los recursos. Los sitios hasta ahora conocidos presentan estructuras arquitectónicas de tipo piramidal asociadas a patios o plazas, plataformas, plazas o patios cerrados o "hundidos" y en algunos casos elementos circulares, así como calzadas y columnas. Estos elementos varían en su distribución en función de la topografía del terreno, pero regularmente conservan una orientación definida en su conjunto principal, donde la estructura piramidal mayor se ubica al oriente de la plaza o patio principal (Sánchez y Marmolejo 1990: 269).

Para la segunda mitad del periodo Clásico se había consolidado una tradición propia en esta región, pero a la vez se denota una cierta inestabilidad en el área, posiblemente por comenzar las incursiones de grupos "nómadas" con los que colindaba (Sánchez y Marmolejo 1990: 276; cf. Faugere 1988).

Los asentamientos prehispánicos del Bajío se caracterizan por tener concentraciones de grandes estructuras cívicas y religiosas, que se diferencian claramente de las unidades habitacionales menores. Estos agrupamientos de edificios pudieron haber sido cabeceras de diferentes unidades político-territoriales. Estos conjuntos arquitectónicos se arreglaron de una forma ordenada y orientada con los puntos cardinales, y se construyeron sobre grandes plataformas que sirvieron de sostén a basamentos piramidales, juegos de pelota, habitaciones de la elite, lugares de almacenamiento, etcétera. Además presentan plazas, espacios abiertos y calzadas. Un elemento que se encuentra exclusivamente en estas cabeceras es el de estructuras con espacios hundidos que se conocen en la literatura como "patios hundidos" (Brambila y Castañeda 1993: 73; Cárdenas 1999b).

En la zona lacustre de Jalisco el periodo Clásico está evidenciado por la tradición Teuchitlán (Figura 21) (Weigand 1985, 1990a, 1994, 1996). La fase Ahualulco (ca. 200-400 d.C.) representa una intensificación de procesos que ya existían durante el Formativo tardío. Se construyeron juegos de pelota monumentales, usualmente adosados a plataformas o pirámides, mientras que los círculos arquitectónicos son mayores y los montículos más altos. El centro de gravedad dentro de la zona lacustre comienza a desplazarse hacia el valle de Ahualulco-Teuchiltán-Tala, con una consecuente baja en el número de sitios en los valles vecinos, lo que sugiere que la implosión de población de la fase Teuchitlán I (400-700 d.C.) inició en el Clásico temprano (Weigand 1990a: 29).

Durante esta época existió en la zona bajo discusión una jerarquía de centros ceremoniales de dos niveles, el más complejo de los cuales (v.gr. Teuchitlán) tiene juegos de pelota y conjuntos de plazas y patios rectangulares bien construidos, que pudieron haber funcionado como residencias de la elite. Se han identificado tres tipos de sitios no ceremoniales: pequeñas aldeas de múltiples plazas y patios con cementerios; otras iguales a las anteriores pero sin cementerios, y pequeñas aldeas con por lo menos dos complejos de plazas y patios sin áreas de enterramiento. Es evidente un sistema de asentamiento de por lo menos cuatro niveles de complejidad; todos los asentamientos comparten un factor crítico: localización estratégica para un acceso fácil a las buenas tierras agrícolas (Weigand 1990a: 31). En la Laguna de Magdalena, Jalisco, se han encontrado restos de obras hidráulicas a gran escala, similares a las "chinampas" del centro de México o a los "campos levantados" de la zona maya; esta infraestructura sofisticada agrícola debió proveer de alimentos a una abundante población en la época prehispánica, principalmente durante el periodo Clásico (Weigand 1994). Recientemente se han obtenido fechas de C14 para las "chinampas" de Teuchitlán, gracias a lo cual sabemos con seguridad que pertenecieron al periodo Clásico (Stuart 2004).

Una de las manifestaciones culturales más notables del Occidente es la llamada "tradición de las tumbas de tiro" (Figuras 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, y 31) (Galván 1991; Townsend 1998) que se desarrolló en los actuales estados de Jalisco, Colima y Nayarit durante el Formativo tardío y Clásico temprano (ca. 300 a.C.-300 d.C.). Hasta el descubrimiento en 1993 de una tumba monumental intacta en el sitio de Huitzilapa, Jalisco (Figuras 32, 33, 34, 35, 36, 37, 38, y 39), prácticamente todo nuestro conocimiento sobre esta tradición cultural se había derivado de sitios saqueados y colecciones de objetos carentes de contexto (principalmente figurillas de cerámica), con la consecuente pérdida de información, por lo que la excavación de la tumba de Huitzilapa ha arrojado nueva luz sobre este periodo en el Occidente. Este sitio ceremonial en el centro de Jalisco estuvo ocupado durante el Clásico temprano (ca. 1-300 d.C.); presenta una serie de unidades arquitectónicas, como plazas, montículos, juegos de pelota, terrazas, unidades residenciales cruciformes y complejos circulares; estos últimos pertenecen a la tradición Teuchitlán (López y Ramos 1998; Ramos y López 1996).

La tumba de tiro de dos cámaras mide 7.6 m de profundidad, y contuvo seis individuos –tres en cada cámara—enterrados con ricas ofrendas. El análisis osteológico de los individuos ha revelado que pudieron haber estado emparentados entre sí, por lo que se puede tratar de una cripta familiar que aloja miembros de un linaje específico. Un individuo masculino de aproximadamente 45 años de edad es el personaje más importante de los enterrados en la tumba, a juzgar por la cantidad y calidad de ofrendas asociadas con el esqueleto. Estaba adornado con elaborados artefactos de jade, concha, y textiles cosidos con miles de conchas marinas. Dos esqueletos femeninos se encontraron asociados con artefactos que pertenecen a la esfera femenina de la vida: malacates de arcilla y metates hechos de piedra volcánica. Otras ofrendas en la tumba incluyeron figuras de barro que representan jugadores de pelota, así como vasijas de barro decoradas con diseños geométricos y zoomorfos, algunas de las cuales todavía conservaban restos de alimentos.

Huitzilapa fue uno de muchos sitios que florecieron en el área de Jalisco-Colima-Nayarit durante el periodo Clásico. La mayoría se caracterizan por tumbas de tiro y arquitectura circular, rasgos que se han utilizado para definir a la tradición Teuchitlán del Occidente (Ramos y López 1996).

Una de las innovaciones más importantes dentro del Occidente en el Clásico tardío fue sin lugar a dudas la metalurgia (Figuras 40a y 40b). Según Hosler (1994a), la tecnología metalurgista que se desarrolló en nuestra zona floreció por espacio de unos 900 años. Los orfebres del Occidente incorporaron a su acervo tecnológico elementos introducidos de Centro y Sudamérica, desarrollando a partir de ellos nuevas formas de manejar los materiales. Durante este periodo (la primera de dos etapas de desarrollo metalurgista, que se extienden respectivamente de ca. 600 d.C. a ca. 1200/1300 d.C. y de esta última fecha hasta la conquista española) se usó principalmente el cobre, para elaborar una gama de objetos con las técnicas de vaciado a la cera perdida y de forjado en frío con recocido. Estos artesanos estaban interesados principalmente en hacer artefactos que expresaban sus símbolos sagrados y de estado, más que en las aplicaciones utilitarias de esta tecnología (Hosler 1994b: 45).

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